09 mayo
2018
La batalla cultural contra ETA
El triunfo del Estado de Derecho
sobre el terrorismo debe contarse de manera eficaz
El 3 de abril de 1996, el FBI arrestó en las montañas de
Montana al terrorista Theodore Kaczynski, más conocido como Unabomber. Durante
17 años, Kaczynski sembró el pánico enviando paquetes bomba a través del correo
ordinario. Asesinó a tres ciudadanos e hirió a otros veinticuatro. Desde 1979
hasta 1996, el FBI empleó a 150 agentes en identificar a este terrorista que
actuaba sin rastro. En 1995, Unabomber remitió un manifiesto de 35.000 palabras
a The New York Times y
a The Washington Post. Las
características lingüísticas de aquel escrito levantaron las sospechas del
hermano del terrorista, quien contactó con las autoridades. Un grupo de agentes
del FBI trabajó durante un año en una técnica nueva: el análisis forense del
lenguaje, con el objetivo de demostrar ante un juez que el autor del manifiesto
era Kaczynski.
El arresto de Unabomber ha pasado a la Historia y forma parte
del imaginario colectivo de Estados Unidos. La brillante operación del FBI es
un episodio más de la narrativa que articula la cohesión social y política de
la nación-Estado. Los agentes que participaron son nuevos héroes contemporáneos
que simbolizan y renuevan el contrato social de las instituciones públicas con
las nuevas generaciones de ciudadanos.
Pero no ha sido por casualidad. Las autoridades públicas no
han escatimado recursos para poner en valor el trabajo del FBI. La cabaña donde
vivía Kaczynski fue trasladada al Museo de las Noticias en la calle de
Pensilvania de Washington DC, a medio camino entre el Capitolio y la Casa Blanca. El museo
cuenta con una sección interactiva y multimedia donde se exponen las mejores
operaciones de la historia del FBI; la página web del FBI incluyó la historia
de Unabomber en una web donde explica sus mejores operaciones; el Canal
Discovery Chanel ha producido una exitosa serie disponible en Netflix donde se
noveliza la historia del agente que logró identificar a Kaczynski.
La narrativa transmedia generada en torno a esta operación
forma parte de una política de Estado y una cultura política que pone en valor
el servicio de las instituciones y funcionarios públicos que trabajan por
defender el Estado de derecho en Estados Unidos.
España ha luchado durante sesenta años contra ETA.
Funcionarios anónimos han dedicado todos sus esfuerzos (incluso sus vidas y las
de sus familias) en operaciones que nada envidian a la historia de Unabomber.
La liberación de Ortega Lara en 1997; la detención de la cúpula de ETA en Sokoa
en 1986; la operación contra la cúpula de ETA en Bidart en 1992; la detención
de Txeroki y de los autores del atentado de la T 4 en noviembre de 2008… Detrás de cada una de
estas operaciones (entre otras muchas) se esconden historias de auténticos
héroes contemporáneos de España. Funcionarios españoles que han protagonizado
historias dignas de las más aclamadas producciones de Hollywood.
Las víctimas del terrorismo han sido los otros grandes
protagonistas de la historia del final de ETA. Un total de 855 familias
destrozadas, de las cuales, ninguna ha buscado la venganza o ha fomentado el
odio. Todas han confiado en el Estado de derecho y en la Justicia , a pesar de que
358 de estas familias aún no saben quién asesinó a sus seres queridos. Es justo
reconocer que ETA ha sido derrotada policialmente. Sin embargo, también es
cierto denunciar que, en el plano comunicativo, la iniciativa narrativa la está
liderando la organización terrorista. ETA no solo se ha librado de la
fotografía de su derrota, sino que comunica de manera eficaz sus mensajes. Un
mensaje donde la propia ETA y sus miembros (los presos), la izquierda abertzale y el nacionalismo vasco se están
posicionando como los “artesanos de la paz”.
La derrota de ETA y el triunfo del Estado de derecho deben
contarse de manera eficaz. La memoria colectiva no se construye con
declaraciones institucionales y textos en pdf. La opinión pública se crea en
plataformas de entretenimiento como Netflix: en series; en películas; en
novelas; en exposiciones interactivas... en definitiva, en la cultura. Ganar la
batalla cultural a ETA requiere políticas de Estado. Es una necesidad política
en un país carente de narrativas contemporáneas que generen consenso y cohesión
social. La confianza en las instituciones públicas necesita nuevos héroes y
símbolos que construyan una Historia común. Libros como Patria o Sangre, sudor y paz marcan
el camino a seguir, pero aún queda mucho por hacer. El zulo de Ortega Lara aún
permanece cubierto de hormigón.
Javier Lesaca es periodista y escritor. Ha
publicado Armas de seducción masiva.
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