03 mayo 2018
Una historia de terror que
tendremos que contar
El grotesco comunicado final que difundió ayer la
organización terrorista ETA no puede hacernos olvidar la historia de terror que
hemos vivido en este país. Esas cuarenta líneas, redactadas con la
responsabilidad y honestidad de siempre (sic), pretenden poner el broche final
a una trayectoria sangrienta que se ha extendido a lo largo de cinco décadas y
que ha dejado un balance devastador. Las ochocientas cincuenta víctimas
mortales y los miles de heridos provocados por el terrorismo de ETA constituyen
la parte más dolorosa e inútil de toda esta historia. También la más conocida.
Gracias a la aparición de los estudios publicados durante los últimos años
comenzamos a comprender el verdadero alcance que tuvo el terror y la
profundidad de una herida que abrió en canal a la sociedad vasca, que
contribuyó a deshumanizar y estigmatizar a las víctimas hasta reducirlas a la
nada. Sin embargo, desconocemos aún otros muchos aspectos que nos ayudarán en
un futuro a comprender cómo se fue alimentando el odio, un odio tan profundo y
oscuro que hoy nos parece irracional, cómo funcionaron los mecanismos del
terror y la intimidación, cómo se fue articulando una comunidad de violencia
que exaltó a los perpetradores y arrinconó y humilló públicamente a los
perseguidos, transfiriendo hacia ellos la responsabilidad de los crímenes que
cometió el terrorismo abertzale, haciendo conscientemente que recayera sobre
ellos la vergüenza de la culpa. Desconocemos aún como cómo ese terror llegó a
condicionar hasta en los aspectos más cotidianos la vida diaria de las
víctimas. Ignoramos qué ocurrió con aquellas familias que tuvieron que
abandonar precipitadamente el País Vasco para tratar de educar a sus hijos
lejos de cualquier sentimiento de odio y de venganza, o cómo sobrevivieron en
silencio, ocultando su condición de víctimas, quienes optaron o se vieron
obligados a seguir viviendo entre nosotros, rodeados a veces por los mismos
cómplices que facilitaron el asesinato de sus seres queridos.
Produce vértigo mirar hacia nuestro pasado. Nos aterra
dirigir nuestra mirada hacia ese espejo que amenaza con devolvernos una imagen
demasiado incómoda, pero al mismo tiempo demasiado real, que refleja cuál fue
nuestro comportamiento frente al horror que vivimos, aquel que afectaba a
nuestros vecinos, a otros seres humanos como nosotros que se vieron atrapados en
el centro de una siniestra diana, la misma que terminó acabando con sus vidas o
mutilándolas para siempre. Nos incomoda porque aquella violencia contó con el
beneplácito o la indiferencia de un sector importante de nuestra sociedad.
Preferimos pensar, como comienza a extenderse de forma un tanto
autocomplaciente, que fuimos la sociedad que más se movilizó contra el
terrorismo. Desgraciadamente un análisis objetivo de las fuentes documentales
nos demuestra que no fue así, al menos hasta bien entrados los años noventa del
siglo XX. Nos gustaría creer que el fanatismo fue derrotado por la reacción
ciudadana, pero esta se limitó en muchos casos y durante muchos años, a la
valerosa demostración de unos pocos.
A los historiadores corresponde ahora tratar de explicar
cómo fue posible todo aquello, que una organización terrorista como ETA, que
comenzó a matar en 1968, perdurase a lo largo de todos estos años y contase con
un importante apoyo social y político que justificó sus crímenes. Es necesario
contárselo a los más jóvenes y contárnoslo a nosotros mismos para comprender
como fue nuestro pasado.
Con ese objetivo nació el proyecto de investigación
titulado Historia y memoria del terrorismo en el País Vasco 1968-2011, una
iniciativa encaminada a explicar como cómo ocurrieron todas esas cosas, como
cómo afectaron a las víctimas y a la propia sociedad vasca. El proyecto, fruto
de un convenio de colaboración firmado entre la Fundación Centro
Memorial para las Víctimas del Terrorismo y el Instituto de Historia Social Valentín
de Foronda de la UPV /EHU,
está abordando el estudio de nuestra historia más reciente poniendo la memoria
de las víctimas en el centro del análisis del terrorismo. Una vez concluido el
proyecto cada víctima mortal asesinada en el País Vasco dispondrá de un amplio
dossier documental que permitirá reconstruir el impacto que tuvo sobre la
sociedad vasca cada crimen cometido por todas las organizaciones terroristas
que operaron a lo largo de ese periodo. La prensa, el vaciado de las actas
municipales de los ayuntamientos vascos, los testimonios grabados de las
víctimas, los informes policiales, los sumarios judiciales y cuanta información
seamos capaces de localizar y analizar, serán depositados finalmente en la sede
de la Fundación
Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, que aspira a
convertirse en un espacio de referencia ineludible para el estudio de esta
forma de violencia política, pero también de un lugar de memoria y
reconocimiento de quienes sufrieron en sus propia propias carnes el ataque del
terrorismo. Toda esa documentación servirá (está sirviendo ya) para elaborar un
relato histórico veraz sobre lo sucedido, que encare sin complejos y sin
autocomplacencia el estudio del terrorismo y que nos ayude a comprender las
consecuencias que tuvo este fenómeno en el País Vasco
Opinión:
Pues sí, totalmente de acuerdo. La historia que habrá que contar deberá
contarla gente que lo haya sufrido y lo pueda demostrar, gente que no se
invente heridas ni secuelas, gente que no se invente su existencia o la de sus
familiares en sentencias que no les nombran…
Tendrá que ser gente que también explique la verdad del abandono en el
que hemos estado durante años, que conozca casos concretos, casos exactos y
casos documentados. Si han de ser gente que habla de oídas mientras se apropia
del dolor ajeno, mejor que se queden en casa… no sea que algún día alguien les
deje en el más absoluto de los ridículos con alguna pregunta que ponga al
descubierto sus mentiras.
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