13 mayo 2018
Hasta 1989, año de la primera sentencia contra los autores
del atentado de Hipercor, ningún organismo público atendió a las víctimas. Ni
siquiera les informaron del juicio, por si querían personarse. Un informe de
2016 del Defensor del Pueblo señala que muchas familias víctimas del terrorismo
se han quedado “sin acceso a la justicia” porque “han permanecido desinformadas
a lo largo del tiempo”.
De hecho, de los 21 muertos y 46 heridos del atentado de
Hipercor, sólo trece víctimas (o familias) cobraron indemnización por
responsabilidad civil subsidiaria del Estado por conducta omisible porque la
policía no desalojó el establecimiento. Treinta y tres víctimas quedaron sin
derecho a indemnización porque cuando reclamaron unos años después –cuando
Manrique pudo localizarles– se les denegó la petición por estar fuera de plazo.
En este grupo están también Enrique Vicente y Nuria Manzanares. Sí, es otro
agravio.
“Después del atentado, seguí trabajando, pero me encontraba
mal –relata Nuria–, además estaba embarazada. Y suerte de este hijo porque es
lo que nos ha hecho aguantar bien. Pero nos lo pasábamos en casa...”. Ella tuvo
que bajar la persiana de su negocio, una peluquería, cuando la somatización de
la tragedia acabó aflorando. Enrique también tuvo que olvidarse del taller de
lampistería. Y le detectaron un tumor cerebral en 1992, por el que ha tenido
que ser intervenido en tres ocasiones.
“El discurso de la Administración de
que está al lado de las víctimas es sangrante y supone una victimización
secundaria”, apunta Sara Bosch, que subraya que ambos tienen reconocidas las
lesiones psíquicas y son incapacitantes. “Está documentado por los
profesionales que las han valorado, que dicen que se derivan de las
consecuencias de este atentado en su vida. Pero la ley solo considera las
lesiones psicológicas de los que estaban en el lugar del atentado y en riesgo
de muerte. Es negligente, incomprensible y no reparador”, constata la
psicóloga.
La letrada Montse Fortuny también apunta que no les han
dejado llevar su dolor con discreción. “Han tenido que visibilizarse para
reclamar sus derechos y han tenido que revivir su experiencia”, subraya.
La ley de protección a las víctimas del terrorismo, de 2011, ha sido reformada en
diversas ocasiones. En 2013 se incorporó a los amenazados por ETA y en cinco
años el Estado ha reconocido como víctimas a 106 personas en esta categoría. En
julio de 2017, Interior informó que 10.181 personas tienen el reconocimiento de
víctimas en todas sus variantes.
No están incluidos en esa cifra del terror Nuria Manzanares
y Enrique Vicente, a pesar de que tienen dos sentencias ganadas. La abogada
Montse Fortuny expone las contradicciones de su caso: dos sentencias de sendos
juzgados de lo Social de Barcelona los reconocieron como víctimas. Ambas fueron
recurridas por el Estado. En el caso de Enrique, el Tribunal Superior de
Justícia de Catalunya dio la razón al recurrente, la Seguridad Social ,
y le retiró el reconocimiento de víctima, además de reclamarle las pagas que
había cobrado, mientras que otro juez del mismo Alto Tribunal consideró que su
mujer sí que era víctima. La abogada acudió al Supremo, que retiró también la
condición de víctima a Manzanares. Con un mes de diferencia se le denegó
también a Pilar Manjón, que perdió a su hijo en el atentado del 11-M.
“La valoración sobre quién es víctima o no debería ser
neutral y contar con el criterio de expertos, no de cargos de la Administración ”,
constata Fortuny, que apunta también el factor económico: “El Estado piensa que
si tiene manga ancha puede ser una piedra en un lago”.
Manrique lo constata. Hace años, en un despacho de
Interior, en Madrid, alguien se sinceró sobre las repercusiones que tendría el
reconocimiento de las secuelas psicológicas de familiares de víctimas como
derivadas de atentado terrorista. “El razonamiento de la Administración fue:
‘Ostras Robert, si aceptamos esto saldrán víctimas de debajo de las piedras’”,
señala.
“El discurso de la Administración de
que está al lado de las víctimas es sangrante”
Manzanares, de 67 años, está sentada junto a su marido, de
68, en la consulta de la psicóloga Sara Bosch, que ha tratado sus secuelas.
Asisten también a la reunión, para explicar mano a mano los detalles de este
caso, la abogada laboralista Montse Fortuny, que ha batallado la causa ante los
tribunales –y que en momentos difíciles de la conversación coge la mano a Nuria
en un gesto de apoyo emocional–, y Robert Manrique, herido grave en Hipercor
que lleva tres décadas entregado, con tesón, a que otras víctimas del
terrorismo en Catalunya ejerciten sus derechos.
Manrique fue la persona que, con la sentencia de Hipercor
en la mano se dedicó a buscar por el listín telefónico a las víctimas que no
estaban localizadas para visitarlas y prestarles ayuda. “No tuvimos ningún
asesoramiento por parte del Estado –denuncia Enrique–. Ni jurídico, ni médico,
ni nada. Solo cuando nos encontró Robert empezamos a removerlo todo y fuimos a
sesiones con el psicólogo; gracias a ellos estamos enteros pero el Estado tenía
que ofrecernos ayuda, teníamos ese derecho”.
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