20 marzo 2015
ETA debe a la sociedad la entrega
de su arsenal y su autodisolución”
Uriarte es el representante de la Iglesia vasca más
comprometido con el final del terrorismo
Juan María Uriarte (Fruniz,
Bizkaia, 1933), teólogo y psicólogo, es el representante de la Iglesia vasca más
comprometido con el final del terrorismo. Obispo auxiliar de Bilbao de 1976 a 1991, con Monseñor
Añoveros, el prelado al que el presidente Arias Navarro quiso expulsar de
España, al final del franquismo, por una homilía; Obispo de Zamora, entre 1991
y 2000, en cuya etapa participó como intermediario entre el Gobierno de Aznar y
ETA; de 2000 a
2010 fue Obispo de San Sebastián, dónde participó en los prolegómenos del
proceso de diálogo entre el Gobierno Zapatero y la banda. Antes, en los años
ochenta fue impulsor del movimiento contra la violencia Gesto por la Paz. Desde su
residencia bilbaina mantiene una vida intelectual muy activa y sigue de cerca
los acontecimientos relacionados con el final de ETA.
Pregunta. La consolidación del final de ETA
está estancada. Sigue sin entregar las armas; los presos no avanzan en la
reinserción individual y el Gobierno de Rajoy no los acerca a cárceles del País
Vasco. ¿Quien debe dar el primer paso?
Respuesta. ETA debe a la sociedad la entrega
de sus arsenales y su autodisolución como grupo armado sin contrapartidas ni
dilaciones. Y las instituciones y grupos de la sociedad, incluido el Gobierno,
deben favorecer estos pasos que son necesarios para la paz plena y la
reconciliación.
P. ¿Ve posible un desarme de ETA sin
participación del Estado, dada la renuncia del Gobierno?
R. Lo veo viable, aunque no ideal
porque ETA ha planteado su combate como un desafío al Estado. Por tanto, lo
natural es que el desarme se realice ante el Estado. Conocemos las resistencias
del Estado a aceptar este planteamiento. Pero estas resistencias deben
estimular a buscar otros caminos. La sociedad vasca, su Gobierno e instancias
internacionales solventes están dispuestas a acoger y verificar. Sería una
buena noticia para la paz que ETA los aceptara como tales.
P. ¿Ve posible algún avance en este
terreno en este año electoral?
R. Los años cargados de elecciones no
suelen ser propicios para avanzar en la concordia. Los partidos tienden a marcar
la diferencia. Mis expectativas de avance en este año son escasas.
P. El posible cambio de Gobierno en
España, con una previsible pérdida de la mayoría que tiene el PP ¿puede abrir
nuevas expectativas?
R. Parece que la izquierda abertzale
cifra sus esperanzas en obtener de un hipotético cambio de Gobierno, tras las
elecciones, unas condiciones mejores de diálogo y reciprocidad. Pero esta
hipótesis es todavía aleatoria y no podemos confiar con certeza en ella.
P. ¿Cree que el Gobierno debe hablar
con ETA para cerrar el ciclo? ¿En qué condiciones?
R. Alguna forma de contacto, siquiera
indirecta, con un grupo que ha renunciado a la violencia no implicaría, en
principio, ninguna indignidad ni debilidad con tal de que el Gobierno se
mantenga en su sitio y exija a ETA que esté en el suyo y no en una situación
simétrica, de poder a poder. Ni de pretendida legitimidad.
P. Este Gobierno se opone a cualquier
movimiento en política penitenciaria ¿Existe el riesgo de que esta situación se
pudra y tenga consecuencias en el País Vasco?
R. Si la situación se demorara mucho,
existe el riesgo de que ETA en vez de entregar sus armas y autodisolverse en un
acto público, se fuera diluyendo paulatinamente. Esto no sería bueno. La herida
se cerraría sin el suficiente drenaje previo. Esta ETA no va a volver. Pero si
en su mundo actual y en su entorno quedara resentimiento y humillación no es
del todo improbable que a la larga se dieran brotes violentos, al menos
esporádicos.
P. ¿Que margen de actuación tiene la
ley con los presos, tras el cese definitivo de ETA?
R. Los presos deberían ayudar más de
lo que hacen para que se aplicara determinadas medidas con la petición
individualizada de sus beneficios penitenciarios. Pero la política
penitenciaria, pensada para años duros, requiere una renovación. Esto tendría
su repercusión en el tratamiento de los presos y en las resoluciones judiciales
con lo que se superaría esta situación de bloqueo.
P. La mayoría de los partidos vascos piden la libertad de Otegi. ¿Usted qué opina?
R. Creo que su gran influencia en el
mundo abertzale ayudaría a avanzar en el proceso de reconciliación.
P. ¿Ve posible una reconciliación en
la sociedad vasca?
R. Yo albergo una neta esperanza
humana y cristiana de que alcancemos un nivel de reconciliación aceptable
porque la plena reconciliación es un don para la vida eterna. Pero no debemos
conformarnos con una coexistencia no violenta en la que no existiera verdadera
comunicación en los grupos sociales ni ejercicio del perdón ni un acuerdo sobre
el patrimonio de valores que en aras del bien común todos hemos de respetar,
promover y defender.
P. Toda una corriente de opinión
defiende que la paz deber ser con vencedores y vencidos.
R. No hay duda acerca de quien ha
vencido en la confrontación armada. Eso está claro. Otra cosa es exhibir este
hecho con reiteración. No favorece los pasos ulteriores hacia la paz. Vincere
ma non sopravincere. Es una sensata sentencia italiana.
P. ¿Como puede compaginarse el respeto
a las víctimas del terrorismo con la generosidad en el cumplimiento de la ley?
Si la ley es generosa con los presos puede ofender a las víctimas. ¿Es posible
el equilibrio?
R. Primero, cumpliendo con todas las
víctimas nuestros deberes de memoria, de reparación y de sanación. Además,
ateniéndose los jueces a lo prescrito en el artículo tres del Código Civil que
establece que las normas se interpretarán según la realidad del tiempo en que
han de ser aplicadas. A los tiempos de plomo, despiadados e injustos, ha
sucedido el tiempo del cese definitivo de la violencia. Hay un cambio
cualitativo. Por tanto, a los jueces corresponde aplicar estas normas con mayor
flexibilidad y adaptación. Además, haría falta impregnar la verdad y la
justicia, que son elementos imprescindibles para una paz humana, del espíritu
reconciliador, que les ayude a deponer la tentación de una búsqueda obsesiva de
la verdad, como decía Wolf, y de la aplicación de la justicia pura y dura que,
según el propio Derecho Romano, deja de ser justa.
P. ¿Cual debe ser el papel de las
victimas?
R. Las victimas tienen toda la
legitimidad para reclamar que se aclare toda la verdad, que se aplique la
justicia, que se reconozca el mal que se les ha causado, que se les repare y
que la memoria de los suyos perviva. Pero no es su papel dictar y condicionar
en exceso la política penitenciaria del Gobierno ni las resoluciones
judiciales.
P. ¿A que atribuye la tardía respuesta
de las sociedad vasca al terrorismo de ETA? El propio Gobierno vasco ha hecho
autocrítica en el 15 aniversario del asesinato de Fernando Buesa.
R. No se justifica a la luz de la
ética. Como todos los fenómenos humanos tiene su caldo de cultivo. El
resentimiento y la humillación, sentidos por un amplio sector de la población
durante la Guerra Civil ,
le predispuso, primero, a una mirada benévola, después a una preocupación no
suficientemente activa. Esta actitud se produjo no sólo en el nacionalismo. Ni
en el Pacto de Ajuria Enea ni en el de Madrid hay una sola palabra sobre las
víctimas. Tampoco la prensa le dedicaba especial atención. La sociedad vasca
tuvo un despertar activo tras el asesinato de Gregorio Ordóñez.
P. A la propia Iglesia vasca se le ha
acusado de equidistante. ¿Comparte esta crítica?
R. Un estudio critico sobre aspectos
del comportamiento de la
Iglesia reconoce que en nuestra sociedad, la Iglesia fue la primera en
condenar los asesinatos de forma ininterrumpida. Pero también es verdad que
durante una época pusimos más énfasis en elaborar una ética de la paz que en
cultivar una sensibilidad con las víctimas. Con todo, quien mantenga la tesis
de la equiparación de la lucha de ETA y contra ETA le invito a que consulte las
hemerotecas y nuestras cartas pastorales. No hay comparación posible entre la
contundencia y la frecuencia de nuestra reprobación a ETA y las reservas
criticas a ciertas violaciones graves de los derechos humanos por algunas
instancias vinculadas, en mayor o menor grado, al Estado. Estas reservas
criticas fueron interpretadas como equidistancia. Fue un error interpretativo
que ha tenido fortuna, que diría R. Allers.
P. ¿Tiene también el Estado que
reconocer violaciones de derechos humanos?
R. Todos los que por acción u omisión
no hemos sido fieles a todas las exigencias de la justicia, la paz y la
reconciliación debemos reconocerlo. El Estado daría buen ejemplo si en el
momento, contexto y manera que le pareciera oportuno reconociera los abusos
cometidos bajo su cobertura.
P. Usted se sentó con representantes
del Gobierno de Aznar y ETA en Suiza en mayo de 1999. ¿Quien se lo pidió?
R. La iniciativa la tomó ETA,
aconsejada por la izquierda abertzale. El Gobierno de Aznar aceptó sin demora la
propuesta de que fuera intermediario. No fui mediador. Un mediador lleva la
iniciativa y hace propuestas a las partes. Un intermediario se limita a
preparar los contactos, a rebajar con su presencia los grados de desconfianza
recíproca y a desatascar si es necesario el diálogo cuando se encasquilla. Este
último fue mi papel, mejor o peor realizado, con todas las autorizaciones
precisas.
P. Aznar suele decir que envió a sus
representantes a ese encuentro para decir a ETA que abandonara las armas y como
ETA se negó, se volvieron y cortaron el diálogo. ¿Fue así?
R. Sus representantes no se limitaron
a esos términos y fue ETA quien cortó los contactos, a pesar de que los
representantes del Gobierno querían mantenerlos. Como casi siempre sucede, la
versión oficial no coincide del todo con la real.
P. Se llegó a decir que los
representantes del Gobierno le pidieron confesión antes de la entrevista.
R. A mi no me consta. Otra cosa es que
observara temblor tanto en unos como en otros. En esa situación de temblor, era
a mí a quien correspondía generar serenidad y relativa seguridad de que aquello
no iba a acabar en una tragedia. Me tocó jugar un papel tranquilizador. No lo
olvidaré nunca.
P. ¿Es cierto que no se dieron la
mano?
R. Fue muy sobrio su encuentro. Y,
sobre todo, no era solo signo de una postura neta y claramente enfrentada. El
temor nos cohíbe a todos e impide expresiones exteriores. Todos los relatos que
he leído sobre ese encuentro son sesgados. .
P. A su juicio ¿Qué efecto está
teniendo el papado de Francisco en la Iglesia?
R. Es lo mejor que nos ha pasado tras
el Vaticano II. Con sus palabras y gestos ha dado un inmenso crédito a sectores
distantes de la Iglesia
y de la fe. Ha purificado el Banco Vaticano. Está empeñado en hacer de la Curia romana un servicio
subordinado al Papa y al conjunto de los obispos del mundo. Ha mostrado gran
empatia hacia los pobres y actitudes recias ante quienes los oprimen. Trabaja
con eficacia por la paz en el mundo. Sus palabras son entendidas. Su estilo de
vida es muy sobrio. La inmensa mayoría de la Iglesia está con él, aunque existen algunas
resistencias y temores. Su carta encíclica es todo un programa para toda la Iglesia.
P. ¿Qué consecuencias tiene para la Iglesia vasca que Ricardo
Blázquez sea presidente de la Conferencia Episcopal ?
R. Sus quince años en Bilbao le han
dado un conocimiento objetivo de la sociedad vasca, alejado de mitificaciones y
demonizaciones. Con su moderación y equilibrio puede ayudar a situarnos bien en
el momento eclesial y social en que nos encontramos y a responder
proactivamente ante él. La
Iglesia no puede permanecer indiferente ante lo que sucede en
la sociedad. Se negaría a si misma. Debe hablar desde criterios evangélicos.
Pero tiene que participar. Lo decía el Vaticano II. Los goces y las esperanzas;
los temores y las desgracias de la humanidad son también goces y esperanzas y
temores de la Iglesia.
Esto hay que materializarlo en un comportamiento sostenido y
no reducirse a citarlo como una preciosa frase en el frontispicio de nuestras
declaraciones.
Opinión:
Tuve la oportunidad de, entre otras
ocasiones, coincidir con el Obispo Uriarte en unas Jornadas realizadas en la Universidad de
Barcelona hace unos meses y me pareció una persona con un enorme deseo de
colaborar para que el terrorismo termine y nadie mas sufra lo que ya hemos
sufrido otros.
Dicho esto, sus opiniones son
dignas de estudio y consideración.... lo cual deberían hacer especialmente
ciertos colectivos que están creados bajo la advocación de algún santo, circunstancia
que, por desgracia, olvidan demasiado a menudo.
Remarco especialmente esta pregunta
y respuesta, por la parte que me corresponde:
P. ¿Cual debe ser el papel de las
victimas?
R. Las victimas tienen toda la
legitimidad para reclamar que se aclare toda la verdad, que se aplique la
justicia, que se reconozca el mal que se les ha causado, que se les repare y
que la memoria de los suyos perviva. Pero
no es su papel dictar y condicionar en exceso la política penitenciaria del
Gobierno ni las resoluciones judiciales.
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