21 marzo 2015
Túnez
arrincona al salafismo
El actual Gobierno, una coalición
de laicos e islamistas, ha detenido a cientos de seguidores de la corriente musulmana
más rigorista en los últimos meses
Basta acercarse a la mezquita Al Fatah, desde la
larga calle de la Libertad ,
para ver varias filas de hombres en la acera rezando de forma ordenada. Dentro
no cabe un alfiler. Es viernes de oración y el muecín ha entonado la llamada al
rezo unos minutos después de la una de la tarde. El templo queda en el centro
de Túnez, a unos 300
metros de la Gran Sinagoga. Al Fatah es una de las mezquitas
tunecinas símbolo del aumento del salafismo, una corriente del islam rigorista
hacia la que muchos apuntan cuando la violencia sacude. Y el miércoles lo hizo
con la brutalidad de un atentado
terrorista en el Museo del Bardo, donde 23 personas fueron asesinadas.
Es esta ideología religiosa, en la que la ley
islámica es la única fuente para dictar justicia, la que sigue a rajatabla el
terrorismo de corte islamista. “Eso [el atentado] no tiene nada que ver con el
islam”, dice Emir, de 28 años, salafista de larga barba, sandalias y túnica
blanca.
Sea así o no —la investigación sigue su curso— el
ataque contra los turistas extranjeros llega tras la detención, durante los
últimos meses, de cientos de jóvenes relacionados con el islamismo radical y el
terrorismo.
Salafistas eran también aquellos que, con violencia,
pusieron en jaque la transición tunecina tras el derrocamiento del dictador y
la victoria electoral del partido
Ennahda, defensor de un islamismo político de cuello blanco más abierto,
pero acusado en el pasado de ser muy laxo con movimientos islamistas radicales.
Una laxitud que dio alas a los salafistas en la calle.
Corría el verano de 2012 y los jóvenes salafistas, a
los que dirigentes de Ennahda llegaron a llamar “hijos de la revolución”,
sembraban el caos en las calles de la capital tunecina. El límite lo
traspasaron con el asalto de la embajada estadounidense, durante el que
murieron cuatro jóvenes. Uno de los líderes de aquella revuelta, Abu Iyad,
ligado a Ansar al Sharía, grupo con lazos en Al Qaeda, logró esconderse de las
fuerzas de seguridad precisamente en la mezquita Al Fatah.
El salafista Emir se dirige hacia una librería junto
al templo. El dueño, Alí, de 43 años, define el establecimiento como salafista.
El librero deja clara una cosa: “Nosotros somos salafistas y, por tanto,
actuamos del mismo modo que el profeta Mahoma y sus camaradas; el camino es
recto”. Su mirada, inquisidora, no pierde tensión mientras se atusa la barba,
grisácea como su vestimenta. “A mí me ven así por la calle y no dejan de
mirarme, creen que soy un terrorista, pero no lo somos”, asegura antes de
recordar su paso por prisión en tiempos de la dictadura de Zine el Abidine Ben
Ali, derrocado en 2011. Preguntado sobre la oleada de detenciones recientes,
responde: “Quizá sean amigos de terroristas o estén vinculados a ellos”.
El tendero habla de los arrestos de las fuerzas de
seguridad tras el atentado en el Museo del Bardo, muchos practicados en el
barrio tunecino de Ibn Jaldun, de donde era Yassine Laabidi, uno de los
atacantes. Pero Alí se refiere también a la oleada dde detenciones acometidas desde finales del pasado
año por la policía y vinculadas al islamismo extremista y redes yihadistas. El
Ministerio del Interior confirmó que en tan solo tres días de febrero apresó a un
centenar de individuos, aunque algunos hablan ya del millar.
Rim Ben Salah trabaja en la ayuda psicológica a
familias de presos maltratados. Empezó con la organización británica Reprieve
tras la llegada de exprisioneros de Guantánamo. Ahora sigue viajando al sur,
hacia la frontera argelina, a ciudades bien peliagudas como El Kef o Sidi
Bouzid, símbolo de la revolución. “Muchos de los jóvenes detenidos
recientemente”, dice Ben Salah, “siguen bajo custodia sin que siquiera se hayan
presentado cargos”. Llegaron una noche, los detuvieron y hasta ahora. “Las
familias”, prosigue, “se encolerizan tras las detenciones; no me extrañaría ver
a algunos de esos presos un día involucrados en actos de violencia”.
Los que participaron en la oleada salafista de 2012
ya no cuentan con la laxitud del Ejecutivo, hoy copado por hombres del
presidente Beyi Caid Essebsi, antiguo dirigente del régimen, y con presencia
del partido islamista Ennahda.
De uno de los pasillos de la librería sale un
ayudante de Alí, Hamdi, de 29 años. Bien rollizo y risueño, Hamdi ha estado
rezando también en la mezquita salafista Al Fatah. “Con el actual Gobierno no
tenemos relación alguna”, dice Hamdi en un excelente francés, “nosotros, los
salafistas, no hacemos política”. Alí asiente. Ellos consideran que siguen el
camino recto y que Ennahda se torció definitivamente. Alí, como Emir, cree que
los terroristas son “jóvenes que confundieron el camino del islam”. Y que
alguien manipuló. “Tampoco son verdaderos salafistas esos que degüellan en
Siria e Irak”.
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