18 junio 2017
Hipercor:
masacre en blanco y negro
30 años del peor
atentado de ETA en Barcelona
Por Javier Jubierre
Una densa columna de humo ascendía hacia el cielo de la avenida Meridiana.
Era negro, muy negro. Olía a gasolina, a pintura, a hierro quemado. También
olía a muerte. La tragedia se cernía sobre la Barcelona , aún en blanco
y negro, de 1987.
Unos meses antes, la ciudad había sido elegida sede de los Juegos
Olímpicos del 92. Estaba de moda y la certeza de que algo
estaba cambiando ya se notaba en el ambiente. La promesa de hacer una ciudad
más habitable construyendo unas rondas circundantes, abriendo el Poblenou al
mar, convertir Montjuïc en una gran montaña deportiva y ponerla en el
mapamundi, creaba ilusión.
Yo tenía 26 años. Sin contrato de trabajo. Era
fotoperiodista colaborador, a tanto la pieza, del diario 'Avui'. Si no
publicaba, no cobraba. La tarde del 19 de junio de 1987 me encontraba en la
redacción a la espera de alguna noticia. Ese día, como tantos otros, no había
sacado la cámara de la bolsa. A las 15.25 horas, la telefonista recibió dos
llamadas de amenaza de bomba. Una de las dos era falsa, pero en aquel momento
no lo sabíamos. En esos años, a las centralitas de los medios llegaban
numerosas llamadas de falsas bombas.
A mí, me tocó
Hipercor
Entre el otro fotógrafo que estaba en la redacción, Robert Ramos, y
yo nos distribuimos los dos trabajos y, sin esperar la orden de ningún jefe,
salimos pitando. A él le tocó el lugar donde no había nada. A mí,
Hipercor.
El trayecto en mi Vespa desde Consell de Cent/ Sant Joan
hasta la Meridiana
lo realicé en 10 minutos. Fui el primer periodista en llegar.
Al aparcar la moto, ya de lejos, vislumbré el humo y, a
medida que me acercaba, fui cargando de película mi Nikon F2. En la puerta lateral que daba al
jardín había un gran ajetreo de policías y bomberos. La zona aún no estaba
acordonada. Tras disparar unas pocas fotos del caos reinante, di la vuelta al
hipermercado e intenté entrar en el 'parking' por la puerta de la calle Dublín.
La rampa de acceso al aparcamiento subterráneo no se veía. Un tóxico humo negro
salía por la puerta sin dejar ver nada del interior. Los bomberos entraban y
salían jadeando, sudando. Me atreví a entrar por el túnel hacia la oscuridad.
Era imposible respirar. Iba a ciegas, sin ver nada. Creo recordar que tuve
miedo. Ante la imposibilidad de bajar la rampa, di media vuelta y salí al
exterior.
Algo muy gordo
Tras pensarlo unos segundos decidí que tenía que llamar al
diario para avisar de la magnitud de lo que estaba viendo. Debía pedir que
enviaran a redactores y a más fotógrafos. Aún no había móviles y ni mucho menos
internet. Con los nervios a flor de piel encontré una cabina al otro lado de la Meridiana. Perdí
un tiempo precioso para llamar al 'Avui' y advertir de que acababa de pasar
algo muy gordo. Al volver al centro comercial, la entrada al aparcamiento ya
estaba acordonada y los primeros periodistas empezaban a llegar. No pude hacer
fotos distintas a las de los otros medios de comunicación a pesar de haber llegado
mucho antes. Si me volviera a ocurrir ahora no iría en búsqueda de un teléfono,
antes haría las fotos.
Pasé mucho rato, o así me lo pareció, inmóvil tras la cinta
policial. Bomberos con la cara chamuscada subían por la pendiente cubierta de
humo, se arrancaban la máscara de oxígeno, tosían, bebían leche y volvían a
entrar. No vi a ninguno desfallecer, tampoco llorar. Ya había mucha gente
alrededor cuando sacaron, en una camilla, a la última víctima. Era una mujer.
Antes de volver al periódico aún tuve tiempo de subir a un
piso para tomar una vista general del lugar. Regresé lo más rápido posible e
intenté revelar, primero los negativos y luego las copias, sin demora. En esos
tiempos, de carretes en blanco y negro y copias en papel, los fotógrafos de prensa
estábamos muy acostumbrados a revelar muy rápido. A oscuras, cargar la película Tri-x en el espiral, meterla en el tanque,
revelar, poner el líquido de paro, el fijador, limpiarla con agua, abrir el
tanque, pasarle un líquido para el secado más rápido, secar y poner en la
ampliadora era cuestión de 10, 15 minutos. Mirar el negativo, escoger, copiar
en la ampliadora y de nuevo revelado, paro, fijado, agua y secado podían ser 15
minutos más, dependiendo del número de copias.
Sudado y excitado
A pesar de la rapidez con la que realicé el trabajo, Santiago Ramentol,
el director, ya esperaba en la puerta del cuarto oscuro a que saliera con las
fotos. Sudado y excitado se las entregué en mano. Me preguntó cómo estaba. Se
refería a mi estado anímico. Me sorprendió la pregunta. Una vez que se cercioró
de que estaba bien, se apresuró a llevarse el material para montar las páginas.
Por primera vez en la historia del rotativo pusieron una foto que abarcaba la
portada y la contraportada. Las imágenes no eran muy buenas; la noticia,
brutal; la experiencia personal, trascendental. Pero eso lo supe más tarde.
Volví a casa exhausto por el trabajo y todavía aturdido por
lo que había visto. Al llegar, mi mujer, embarazada de ocho meses, me explicó
que unos familiares con su hija estuvieron allí, tan solo una hora antes,
comprándole un triciclo a la niña. Entonces me derrumbé. Alguien había decidido
que ir a una tienda a comprar una bicicleta a las tres o a las cuatro de la
tarde era la diferencia entre vivir o morir.
Bola de fuego
Un Ford Sierra cargado con 200 kilos
de amonal había sido aparcado en el primer sótano
del centro comercial. A las 16.08 horas explotó, creando una bola de fuego que
destrozó el techo y se extendió por el supermercado de la planta baja. Santi Potros lo ordenó. Rafael Caride, Domingo Troitiño y Josefa Ernaga lo
ejecutaron.
Pocos días antes, Herri Batasuna había
conseguido casi 40.000 votos en Catalunya en unas elecciones europeas. Una
parte del nacionalismo catalán sentía una cierta fascinación por el mal llamado
conflicto armado del País Vasco. Justificaban o al menos miraban con buenos
ojos la «causa vasca». Después del 19 de junio de 1987 a aquella eufemística
«causa vasca» se le empezó a llamar simplemente «terrorismo». Fue uno de los
puntos de inflexión más importantes en la sanguinaria historia de ETA, tanto
por la estrategia de la banda como por el rechazo social que propició.
Un mes más tarde nació mi hija. En el 92 vinieron Carl Lewis y Pat Ewing y, tras ellos, llegaron los turistas,
estos para quedarse. Barcelona dejó de ser en blanco y negro y se convirtió en
una ciudad 'fashion' a todo color. 21 personas no lo llegaron a ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario