21 junio 2017
"Las
víctimas de ETA no tenemos que entrar en las decisiones políticas"
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Habitualmente, Robert Manrique (Barcelona, 1962) trabajaba como carnicero en el
Hipercor de Barcelona en el turno de mañana. Sin embargo, aquel 19 de junio de
1987, un compañero le había pedido un cambio y le tocó de tarde. A las 16:12
horas, su vida cambió para siempre. Una bomba le nubló de repente la
mirada, envolvió todo de humo y polvo y le convirtió en una víctima más de uno de los atentados más
sangriento de ETA, que causó 21 muertos y 45 heridos.
Sufrió quemaduras de tercer grado en manos y brazos, por lo
que tuvieron que realizarle varios injertos, y otras de segundo grado en cara y
cuero cabelludo. Treinta años después del brutal ataque, Manrique asegura tener
un consuelo: “Que al menos ETA ya no va
a provocar que nadie pase el dolor por el que he pasado en estas últimas tres décadas”.
Reconoce que “hay un antes y un después” en su vida tras el
atentado. Y desde entonces asegura que siendo “combativo” tanto con los propios
terroristas como con las instituciones. Lamenta, por ejemplo, que no sea
reconocido como víctima el hijo muerto de una de las fallecidas en el ataque
que estaba embarazada, o que padres o familiares de otros de los asesinados no
logren tampoco ese reconocimiento a pesar de llevar décadas en tratamientos
psiquiátricos. “Estas cosas siguen
pendientes”, apunta.
También la petición de perdón por parte de ETA. “Es
evidente que el dolor está ahí, que
las víctimas mortales no van a volver y que los heridos graves tenemos la salud
hecha un cristo y no la vamos a recuperar. Pero si los autores pidieran perdón
y mostraran arrepentimiento habría gente que recuperaría el consuelo y vería,
por fin, cerrada una etapa”.
De los tres responsables del atentado, Josefa Ernaga,
Domingo Troitiño y Rafael Caride Simón, solo el último mostró su
arrepentimiento. Y lo hizo a través de una carta a principios de 2011 que le
hizo llegar al propio Manrique el Ministerio del Interior, solicitándole un encuentro en
prisión, como parte del programa de rehabilitación puesto en
marcha entonces por distintas administraciones.
La reunión se produjo un año después, a los meses de que
ETA anunciara el cese definitivo de la violencia. “¡Cómo no iba a ir si llevaba
toda la vida peleando para que los etarras reconozcan el daño causado!”,
exclama. La primera pregunta que le hizo a Caride fue “qué pintaban un gallego
[Troitiño], un palentino [el propio Caride] y una navarra [Ernaga] matando a
gente de toda España por orden de un vasco que vive en Francia [Santiago
Arrospide, Santi Potros]”. Recibió una respuesta de media hora en
la que el condenado le explicó que con intención de desarrollar su lucha
sindical “tomó una decisión equivocada”.
En cuanto a la postura crítica que han adoptado otras
víctimas de ETA respecto a estos encuentros, Manrique asegura que “no hay que juzgar a
nadie porque vaya o no”.
Lo que sí tiene claro es que en el proceso de paz abierto en Euskadi, las
víctimas deben mantenerse en un segundo plano al menos en lo referido a las
decisiones antiterroristas.
“No tenemos nada que hacer a nivel político ni entrar en
las decisiones políticas sino controlar quién lo hace bien y quién mal”,
apunta. Por eso critica a la presidenta de la Fundación Víctimas
del Terrorismo, Mari Mar Blanco, que es también diputada del PP. “Con todo el
cariño, se supone que representa a la pluralidad de las víctimas y no digo que
su cargo sea ilegal pero me parece extraño e
incoherente“. Él, remarca, prefiere ir “por libre”.
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