30 años de la mayor
matanza de ETA, medio centenar de afectados sin indemnización atención del
Estado
Las víctimas
abandonadas de Hipercor
El 19 de junio de 1987 veintiuna personas fueron asesinadas
en el centro comercial Hipercor en Barcelona. Una docena de afectados de la
mayor matanza perpetrada por ETA, entre ellos, padres y madres de niños
fallecidos, no son reconocidos como víctimas del terrorismo por el Ministerio
de Interior. Otros 33 se quedaron sin cobrar la indemnización por
responsabilidad civil del Estado. Estos damnificados se quejan del olvido
institucional.
El renombre de la legislación española de reconocimiento y
protección a las víctimas del terrorismo se desploma, como un castillo de
naipes, ante unos padres que perdieron a sus hijos en la mayor matanza
perpetrada por ETA y no tienen la consideración oficial de víctimas del
terrorismo porque no se encontraban en el lugar y en el momento del atentado.
Nuria Manzanares, de 66 años, y su esposo, Enrique Vicente, de 68, ambos
barceloneses, siguen sin poder contener las lágrimas cuando rememoran el fatal
día en el que un comando de ETA, formado por Rafael Caride Simón, Mercedes
Ernaga y Domingo Troitiño, hizo explosionar un Ford Sierra cargado con 30 kilos
de amonal en la primera planta del aparcamiento del centro comercial Hipercor,
situado en la avenida Meridiana de Barcelona. Veintiuna personas fallecieron
abrasadas o asfixiadas, y otras 45 resultaron heridas.
Viernes, 19 de junio de 1987. Mercedes Manzanares, de 33
años, hermana de Nuria, había llevado a Hipercor a sus sobrinos, Jordi, de 9
años, y Silvia, de 13, para comprar un bañador a la niña, que se iba de viaje
de fin de curso. El niño se apuntó a los planes a última hora. “Yo estaba
trabajando en mi peluquería y mi marido, en su taller, como electricista. Le
dije a Jordi que no fuera, pero insistió –, recuerda Nuria Manzanares–. Después
de las compras, mi hermana les iba a llevar a una fiesta en el colegio. Les
acababan de dar la vacaciones de verano”. Ya en el parquin, a las cuatro y doce
minutos de la tarde, a punto de abandonar el centro comercial, la explosión les
alcanzó de lleno. El Ford Sierra de los etarras iba cargado con un artefacto
explosivo que pesaba 200 kilos. Además de amonal, la bomba contenía 100 litros de gasolina y
una cantidad indeterminada de escamas de jabón y de pegamento adhesivo; todo
ello introducido en bidones de plástico en el maletero del vehículo, según
detalla la sentencia.
Condenas perpetuas
El atentado de Hipercor fue la primera acción que ETA
perpetraba contra la población civil. La mayoría de las víctimas fueron mujeres
que realizaban la compra en ese momento. Es la mayor matanza de la banda
terrorista, de la que se cumplen ahora 30 años. Dos de los responsables,
Mercedes Ernaga y Domingo Troitiño, salieron de la cárcel hace cuatro años. Los
otros dos, Rafael Caride Simón –hoy, arrepentido– y Santiago Arróspide, alías
Santi Potros –entonces jefe de la banda–, recobrarán la libertad en uno o dos
años a lo sumo. Cada uno de los terroristas fueron condenados a casi 800 años
de prisión.
Las otras condenas, las de las familias que perdieron a sus
seres queridos en la matanza, son perpetuas. Nuria Manzanares y Enrique Vicente
soportan la suya gracias a una especie de milagro. Nuria se enteró de que
estaba embarazada mientras lloraba la muerte de sus hijos. “Enric, nuestro
hijo, ha sido nuestro soporte. Sin él, nos hubiéramos vuelto locos por tanto
dolor”, dice Enrique Vicente.
Él tuvo que buscar entre los muertos a sus hijos y a su
cuñada, un periplo que aún le arranca el llanto: “En el hospital Vall d´Hebron
no estaban. En el Clínic, encontré a Mercedes primero. Luego vi a Jordi y por
último, el cuerpo de Silvia”.
Nuria y Enrique se sienten víctimas abandonadas por las
administraciones. “En ningún momento, durante estos años, nadie de la Oficina de Atención a las
Víctimas del Terrorismo, del Ministerio de Interior, nos ha llamado para saber
cómo estábamos ni nos han ofrecido ayuda psicológica ni de ningún tipo. Se les
llena la boca con la atención a las víctimas y es pura patraña”, se queja
Nuria. La pareja percibió la indemnización marcada en la sentencia de 1989 por
la pérdida de sus hijos: 25 millones de pesetas (150.000 euros) por cada una de
las muertes. Sin embargo, no tienen la consideración de víctimas del terrorismo
porque ellos no estuvieron en Hipercor el 19 de junio de 1987.
“Esto quiere decir que el Estado no reconoce que sus
secuelas psicológicas sean derivadas del dolor por la pérdida de sus hijos en
un atentado terrorista –explica Montserrat Fortuny, abogada del matrimonio
Vicente Manzanares y de otras víctimas de Hipercor y del terrorismo en
Cataluña–. Por tanto, no les concede la pensión extraordinaria del 200 por cien
de su pensión de jubilación. La Administración no ve relación entre su patología
de estrés postraumático y el atentado terrorista”. Nuria y Enrique en la
actualidad tienen reconocida una pensión ordinaria por enfermedad común. “Otros
diez familiares de Hipercor reclamaron en la misma línea y perdieron”, desvela
Fortuny.
El peor fuego
Borrón y cuenta nueva. Esta ha sido la filosofía de Andreu
Clarella durante sus 35 años como bombero de Barcelona para poder realizar su
trabajo con eficacia. “Si me hubiera involucrado con las víctimas no hubiera
podido trabajar. Los sentimientos son una carga para una profesión como la
mía”, dice a Interviú este catalán jubilado, de 63 años, que participó en la
extinción del incendio y en el rescate de víctimas del atentado de Hipercor.
Su relato frío arroja luz a uno de los episodios más
dramáticos que sufrió la ciudad de Barcelona. “Recibimos el aviso de que había
un incendio en el parquin del centro comercial. Al llegar, vi a una mujer que
salía por su propio pie con un peinado muy raro. Luego me di cuenta de que
tenía el pelo carbonizado”, cuenta Andreu Clarella.
Al poco de llegar su dotación a Hipercor, se les comunicó
que se trataba de un atentado. “Tardamos 35 minutos en apagar el fuego. Fue muy
complicado porque la explo - sión había destrozado los rociado - res de agua
que había justo encima del coche explosionado”, relata el exbombero.
Una vez extinguido el fuego, Clarella y sus compañeros
iniciaron la búsqueda de heridos. “Pero solo quedaban muertos. Vi a mi compañero
Jaume Gallemí, ya fallecido, con dos niños en los brazos; y me pidió que entrara
a por la madre, que esta ba en el coche. Fue cuando comprendí la magnitud de la
masacre que se había producido”. Quince personas fallecieron en el centro
comercial y otras seis en el hospital. Los 21 se encontraban en el aparcamiento
cuando estalló la bomba.
Aviso de bomba
Antes de que el coche de los etarras estallara en mil
pedazos, Domingo Troitiño realizó tres llamadas avisando de la colocación de
una bomba en Hipercor: al diario Avui, a la dirección del centro comercial y a la Guàrdia Urbana de
Barcelona. Pero no indicó el lugar exacto y además mintió sobre la hora en la
que tendría lugar la explosión. La búsqueda por parte del personal de seguridad
de Hipercor resultó infructuosa y el aviso se tomó como un falsa amenaza de
bomba.
Un grupo de 13 heridos y familiares de fallecidos
comprendió que el Estado tenía responsabilidad por no haber sido diligente en
el desalojo de los clientes de Hipercor; y planteó una demanda por responsabilidad
civil, que ganó en 1998. El Tribunal Supremo condenó al Estado al pago de un
total de 106 millones de pesetas (638.500 euros) para esos demandantes.
Sin embargo, 33 de las víctimas de Hipercor se quedaron sin
su indemnización por haber presentado la demanda fuera de plazo. Entre ellos,
Enrique Vicente y Nuria Manzanares. También Marga Labad, que perdió en el
atentado a su madre, Luisa Ramírez Calanda, de 49 años. “Es muy doloroso comprobar
cómo el Estado racanea de esta forma a los hijos y a los padres de unas
víctimas inocentes que lo único que hacian era comprar en un supermercado. Es
repugnante”, clama Marga, que tenía 25 años cuando su madre fue asesinada.
“Peor que los
etarras”
A esta catalana tampoco le han reconocido secuelas
psicológicas por la pérdida de su madre. “Es desgarrador conocer casos de
personas que se hicieron un rasguño en Hipercor,
o en otro atentado, y tienen la consideración de víctima del te - rrorismo, con
todos los derechos que eso implica –ayudas para el estudio, pensión
extraordinaria, por ejemplo– , mientras que los hijos de los asesinados estamos
en el peor de los abandonos” , explica Marga Labad, indignada, y añade: “Es
indecente que yo esté peor que los etarras que mataron a mi madre. Ellos han te
- nido en la cárcel de todo: estudios, atención sanitaria y psicológica...
Exijo una reinserción social para las víctimas”.
Labad se refiere a la inexistencia de una bolsa de empleo
para víctimas del terrorismo y de ayuda psicológica gratuita. “En Cataluña nos
tienen abandonadas a las víctimas del terrorismo. Tengo numerosas patologías
derivadas del sufrimiento por la muerte de mi madre pero nadie me ayuda”, clama
esta vecina de Tarragona.
La mayor parte de los heridos del atentado de Hipercor
sufrieron quemaduras de consideración, similares a las producidas por el napalm
–o gasolina gelatinosa–, en la guerra de Vietnam, por ejemplo. La explosión en
la primera planta del aparcamiento provocó un tremendo socavón en el techo por
el que se disparó una enorme bola defuego que arrasó el supermercado, justo en
la planta de arriba. Clientes y dependientes fueron presas de las llamas y de
los gases tóxicos.
El cirujano Pablo Gómez Morell (Zaragoza, 1956), médico del
Servicio de Cirugía Plástica del Hospital Vall d´Hebron de Barcelona, fue uno
de los médicos que atendió a los heridos de Hipercor. A las órdenes del
prestigioso doctor José Antonio Bañuelos, la unidad de Quemados del Vall
d´Hebron comenzó a operar al día siguiente del atentado a los heridos con más
posibilidades de sobrevivir. “Yo trabajaba entonces en el Hospital de San
Rafael, pero me ofrecí para echar una mano al Vall d´Hebron –rememora Gómez
Morell–. Se montaron dos quirófanos simultáneos y operamos ese sábado y el
domingo a los pequeños y medianos quemados”.
A los grandes quemados, primero se les retiró toda la piel
abrasada. “Había que ver su evolución. Afortunadamente, en aquella intervención
del Vall d´Hebron hubo un índice de supervivencia superior al esperado según el
diagnóstico de los pacientes. Tres de ellos sobrevivieron pese a que todo
apuntaba a lo contrario”, explica Pablo Gómez Morell, que fue jefe de la Unidad de Quemados del Vall
d´Hebron entre 1996 y 2006.
Aquella experiencia médica fue plasmada en un estudio, en
1990, publicado en la revista Burns, la más prestigiosa del mundo en esa
materia. “En la tragedia del incendio del camping de Los Alfaques (Tarragona,
1978) vino un sueco al hospital como observador de la Organización Mundial
de la Salud y
después él publicó un estudio –relata Gómez Morell–. Tras el atentado de
Hipercor, decidimos que teníamos que ser nosotros los que contáramos la
experiencia”. De los 37 heridos atendidos en el hospital barcelonés, seis
murieron; el resto tardó un máximo de 174 días en recuperarse.
Muchos heridos llegaron al Vall d´Hebron en taxis y coches
particulares. Roberto Manrique, de 55 años, fue uno de ellos. “Compartí el taxi
con otra víctima, Asunción Espinosa. El taxista se llama Francisco Torres y
mantengo el contacto con él”, cuenta Manrique, que en el momento del atentado
trabajaba en la carnicería de Hipercor.
Diez libritos de lomo estaba despachando Manrique a
Agustina Cabanillas cuando la bola de fuego les alcanzó. Ambos resultaron
heridos de gravedad. Manrique fue operado cuatro días después. Tras 174 días,
recibió el alta médica, “quedándole graves secuelas, consistentes en cicatrices
hipertróficas en ambos miembros superiores, con necesidad de reconstrucción
cutánea”, consta en la sentencia. “Tuve que llevar una máscara facial especial
para quemaduras durante mucho tiempo. Alguna vez se me olvidó quitármela al
entrar en comercios y di algún susto”, cuenta sonriendo Roberto Manrique.
Este catalán, responsable del extinto Servicio de
Información y Orientación para Víctimas del Terrorismo de la Generalitat , es una
especie de ángel de la guarda para la mayoría de los afectados en Cataluña, a
los que ha asesorado durante tres décadas.
Buscar en la guía
Roberto Manrique emprendió la ardua tarea de localizar a
todas las víctimas que aparecían en la sentencia de 1989, cuando se celebró el
juicio contra Mercedes Ernaga y Domingo Troitiño. En 2003 se juzgó a Caride y
Santi Potros. “A las víctimas nadie las avisó para asistir al juicio. Por lo
tanto, supuse que la administración tampoco las buscaría para notificarles la
sentencia y así poder cobrar su indemnización. Así que me puse a buscarlas,
tirando de las páginas amarillas. De los 45 heridos, solo me faltaron tres”,
explica Manrique.
Como delegado de la Asociación Víctimas del Terrorismo en Cataluña, Manrique
contó con la colaboración de la psicóloga Sara Bosch; ambos se encargaron del
programa Fénix, de identificación de todas las víctimas, “para ver qué necesitaban”,
dice Bosch. La psicóloga explica que, además del estrés postraumático –“que
puede aparecer pasados años desde el atentado”–, muchos afectados padecen una
victimización secundaria “que surge debido al maltrato institucional. Las
víctimas perciben la dejadez de la Administración. Además ,
tener que pelear por el dinero les hace sentir mal”.
Opinión:
Poder explicar en un semanario como Interviú la realidad de
la situación de muchas víctimas del terrorismo anónimas es aprovechar el
momento para demostrar quien se preocupa realmente de buscar soluciones a los
problemas de muchas víctimas del terrorismo mientras otros se dedican a aprovecharse
del trabajo ajeno y a intentar trepar en la escalera de ciertos partidos políticos
que, dicho sea de paso, se dedican a hablar de LAS víctimas del terrorismo como
se realmente se preocuparan de ellas.
El reportaje de Interviú muestra claramente quien está trabajando
y dedicando muchísimas horas al cabo del día altruistamente por muchas víctimas
del terrorismo que, pese a tener su nombre y apellidos en los listados de
algunas entidades, hace años que no reciben ni una sola llamada preguntando por
su situación.
Eso sí, al estar en esa relación de nombres siempre habrá
quien se crea que hacen algo por ellas….
Por otra parte, tener la oportunidad de hacer público el
reconocimiento a esos profesionales que dedican sus conocimientos y su tiempo a
ayudar a muchas víctimas del terrorismo me llena de satisfacción.
Cuánta gente, cuántas asociaciones y cuántos vividores
deberían aprender de los que aparecen en este reportaje… tanto a nivel de víctimas
como a nivel de profesionales que por delante de opciones políticas o de ideologías personales ponen el interés en ayudar al colectivo de víctimas del terrorismo.
Por otro lado, a algunos siempre les queda montar una historia de "vamos a conseguir lo imposible" intentando cobrar a una víctima 2.000 euros por una simple fotocopia, una fotocopia de una sentencia que siempre llevo en mi cartera de documentos.
En cuanto al tema del estudio sobre las víctimas de Hipercor, agradecer al doctor (y amigo) Pablo Gómez el regalo que me hizo: la entrega del documento original que presentó para la mejor revista mundial sobre la investigación quemados, la revista Burns. En mi casa tiene un sitio de honor... la importancia de ese estudio y del regalo del mismo solo la podrá apreciar alguien que haya pasado por lo que tantas víctimas del atentado pasamos hace 30 años.
En cuanto al tema del estudio sobre las víctimas de Hipercor, agradecer al doctor (y amigo) Pablo Gómez el regalo que me hizo: la entrega del documento original que presentó para la mejor revista mundial sobre la investigación quemados, la revista Burns. En mi casa tiene un sitio de honor... la importancia de ese estudio y del regalo del mismo solo la podrá apreciar alguien que haya pasado por lo que tantas víctimas del atentado pasamos hace 30 años.
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