18 agosto 2017
España como objetivo del Daesh
Francisco J. Carrillo, diplomático y Vicepresidente de la Academia Europea
Si no tendemos desde
ahora puentes de desarrollo y de las condiciones de vida con el área del
subdesarrollo y de países pobres, el horror de la masacre de Barcelona será una
falsa moneda de temible curso ilegal y mortal N o hay confusión posible. España
ha sido golpeada de nuevo por el terrorismo yihadista.
Para las publicaciones
del Daesh, utilizando el ciberterrorismo, «es preciso reconquistar Al Andalus
hoy en manos de los infieles y cruzados», objetivo de alta prioridad. Para el
Daesh –y para Al Qaeda- Al Andalus es toda España. Para ellos, Al Andalus no es
la actual Andalucía.
Hoy guardamos luto
solidario con todas las víctimas de Las Ramblas de las Flores de Barcelona y
con sus familiares y amigos. El terrorismo yihadista, que nunca avisa, habría
podido atentar en cualquier localidad de ese Al Andalus que es España.
Sabíamos, y sabemos, que tras la pérdida territorial y la toma de Mosúl (Irak),
el autodenominado Estado Islámico, el Daesh, dispersó sus «milicias» y sus
dirigentes hacia Libia y hacia el Sahel africano y sin duda recurrió a la
infiltración y al entrismo en algunos países del centro y norte de África.
La huida continuará
–ya comenzó– con la previsible caída de su «centro estratégico», Rakka (Siria),
hoy asediada. Una vez perdidas sus «bases territoriales», Daesh las está
reconstruyendo en Internet, instrumento de adoctrinamiento y de captación. De
ahí que el ciberterrorismo sea, actualmente, su influyente base de operaciones
y su principal campo de entrenamiento. En cierta manera, ha desplazado a los
imanes radicales de algunas mezquitas. Ya no son necesarios aunque puedan
colaborar a la manipulación terrorista del Corán.
Ahora Daesh llega
directamente a los hogares a través de los ordenadores personales y lleva a
cabo la seducción y dicta las órdenes y las consignas para le preparación y
realización de atentados. Daesh utiliza Internet como una «red social» más de
radicalización para el terror y muerte en países del Occidente
«judeo-cristiano» (España, Francia, Alemania, Canadá. Estados Unidos,
Bélgica…), o en países musulmanes «infieles» porque no interpretan las enseñanzas
coránicas como lo hace y manipula el Daesh (Mali, Egipto, Burkina Faso,
Nigeria, Túnez, Argelia, Irak, Turquía…). Daesh (y Al Qaeda, hoy ambos en
competición) se ha convertido en una secta que propaga el mensaje del terror y
la muerte. No es más que una secta que se inspira de un nihilismo activo y
mortífero.
Ante esta amenaza en
la sombra, globalizada, difícilmente su derrota puede ser exclusivamente
militar. Los servicios de inteligencia, la Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (el
atentado de Barcelona tiene como objetivo a España y no a una de sus ciudades;
es decir, es un atentado contra el Estado español), y la cooperación
internacional constituyen elementos básicos para desmantelar el terrorismo
yihadista, prioritariamente con los países con mayoría musulmana a los que
Daesh califica de «infieles».
Pero parece
fundamental activar también nuevas modalidades de cooperación para el
desarrollo, económica y educativa, así como nuevas políticas de inserción
urbana de las poblaciones inmigrantes. Europa, para garantizar su futuro, debe
compartir una política común y unitaria en estos campos antes de que sea
demasiado tarde, comenzando por la seguridad y por unas Fuerzas Armadas
unitarias. Este mecanismo no excluye el diálogo con firmeza y el intercambio
necesarios, sino más bien es una de las piedras angulares.
Ya tenemos
estimaciones de población para el 2100: el 43% de la población mundial se
concentrará en el continente africano. Si no tendemos desde ahora puentes de
desarrollo y de elevación del nivel y de las condiciones de vida con el área
del subdesarrollo y de países pobres, el horror de la masacre de Barcelona,
ciudad a la que tantos lazos me unen hoy más que ayer, será una falsa moneda de
temible curso ilegal y mortal. No excluye, también, una profunda reconversión
de las relaciones económicas con aquellos países que, directa o indirectamente,
financian al terrorismo yihadista y aplican en el interior de sus fronteras el
derecho islámico (la sharia), una escala de penas corporales y una sistemática
humillación de la mujer y difunden la doctrina del wahabismo y del salafismo
radical que son la antesala ideológica y el caldo de cultivo del terrorismo
yihadista. No se les puede «implorar» la paz a estos Estados; en estos casos,
la paz se conquista con sangre, sudor y lágrimas. El avispero de Irak (y el de
Libia) fue el punto de partida de la creación del Daesh (y del resurgimiento de
Al Qaeda), reforzado con el otro avispero de Siria. Estos hechos dieron luz
verde al renacer de las grandes potencias en acción de Guerra Fría, con
objetivos de hegemonía y zonas de influencias en donde fluye petróleo, gas y un
imponente mercado de armamentos (sin excluir las centrales nucleares llave en
mano). Los países del Golfo, con sus fondos soberanos, se encontraron con una
coartada inmejorable.
Arabia Saudí acusa a
Catar de «Estado terrorista», pero el dedo acusador es a su vez acusado en una
puesta en escena cuyos espectadores hacen cola para obtener los mejores
mercados sin neutralizar a los nidos de víboras y a sus fondos soberanos que
compran grandes almacenes, grandes hoteles, grandes y medianos equipos de
fútbol y que han declarado, incluso, querer adquirir el Palacio del Elíseo caso
de que llegue a estar en venta. Esto a título de ejemplo. Mientras, Occidente
calla y otorga.
Y sin embargo hoy
inunda la memoria Las Ramblas de la
Flores que traen al presente al gran poeta Federico García
Lorca: «…la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca,
rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de
sangre».
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