22 agosto 2017
¡No es el islam!
Los yihadistas
son musulmanes ultraortodoxos y los inquisidores eran católicos
Era el
grito de una joven musulmana, participante en la manifestación de solidaridad
con las víctimas de los atentados de Cataluña. Nada hace dudar de su total
sinceridad: como creyente condena lo ocurrido, incluso desde la angustia. Más
medida, la repulsa de Riay Tatari, presidente casi eterno de la Comisión Islámica
española, se dirige contra “toda clase de terrorismos”. Elude con astucia toda
adjetivación. Por sus múltiples declaraciones, sabemos que desde siempre Riay
Tatari manifiesta lo que siempre proclaman otros destacados propagandistas,
como Tariq Ramadán o Nadia Yassine, perteneciente esta última a la asociación
marroquí Justicia y Espiritualidad, ahora asentada en el País Vasco, que el
islam es la paz y que todo intento de pensar que los yihadistas “que se
creen musulmanes” no son sino “antiislámicos” es sentar plaza de islamófobo. Y
la pelota pasa indebidamente al campo de las víctimas.
Así que
tanto ellos, como Al Qaeda o el Estado Islámico, serían protagonistas de actos
de barbarie, “locuras” ajenas a su religión. La cortina es eficaz, solo que
semejante ocultación es el vivero de la islamofobia, ya que la gente común
rechaza asumir esa disociación entre una creencia tan benéfica y las acciones
criminales de quienes las ejecutan al grito de “¡Allah-u Akhbar!”. El fondo
xenófobo hace el resto.
Y es que
los yihadistas son musulmanes y defensores de una versión radical,
ultraortodoxa del islam, de la misma manera que los inquisidores eran
católicos, vaya si lo eran. El recurso habitual de tantos creyentes, dirigido a
conjugar la solidaridad hacia las víctimas con el distanciamiento de unos
correligionarios así excluídos, tiene entonces un precio muy alto. Lleva al
cumplimiento del dictámen coránico de que un creyente nunca testificará contra
otro, a que la comunidad musulmana tampoco se pregunte cómo salen de su propio
seno esas fieras y a que no detectemos los gérmenes de violencia en el sermón
de un imán.
La
construcción teológica en el Corán de la Meca , núcleo de la doctrina, no incluye la yihad
como guerra contra el no-creyente, pero la experiencia práctica del Profeta
armado después de la hégira, sí. El Corán, las sentencias, las biografías de
Mahoma ofrecen la inequívoca doble fundamentación de la yihad como mediación
necesaria hasta que el islam impere universalmente (2,193) y de la exigencia de
aterrorizar por las armas a los enemigos de Alá (8, 60). Para el yihadismo,
desde un regreso a los orígenes (salafismo), su cumplimiento debe ser
implacable, en un mundo partido en dos, porque fuera de la umma de los
creyentes solo hay enemigos reales o potenciales, dehumanizados. Una
arqueoutopía a desarraigar en su proceso de inserción en las mentalidades.
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