22 agosto 2017
El terrorismo yihadista como amenaza transnacional
Otra
vez el terrorismo yihadista vuelve a hacer presencia en España, trece años
después de los atentados del 11 de marzo de 2004 en la estación madrileña de
Atocha. Y nuevamente, el terrorismo se reivindica como una de las grandes
amenazas transnacionales, hasta el momento irresolutas, acumulando en lo que
llevamos de 2017 cerca de 400 atentados, de los cuales, el 90% se ha focalizado
en buena parte de Oriente Medio y el continente africano.
España, en el punto de mira
Aunque España lleva mucho tiempo en la
órbita de la amenaza yihadista, como señala Fernando Reinares, no puede
obviarse el hecho de que de los 178 individuos con actitudes y creencias
propias del salafismo yihadista detenidos en España entre 2013 y 2016, casi el
80% se encontraron, por este orden, en Barcelona, Ceuta, Madrid y Melilla.
Asimismo, solo en Barcelona se encuentran casi la mitad de las congregaciones
salafistas existentes actualmente en España.
Esta exposición, como es sabido, se
debe a una doble razón. Por un lado, por tratarse, como país occidental, de lo
que el yihadismo denomina como "fuerzas de ocupación" al servicio de
Estados Unidos en buena parte del mundo musulmán. Por otro lado, como parte de
la antigua Al-Andalus, otrora región nuclear del Califato, desposeída en favor
de quienes finalmente fueron y son enemigos del islam. Además de estos dos
factores simbólicos, existirían otros de carácter coyuntural que igualmente
coadyuvan a la exposición de España a este tipo de amenazas, tal y como sucede
con el reciente aperturismo del conflicto sirio o con la porosidad que en los
últimos años ha experimentado Marruecos en cuanto a nutrir de voluntarios la
causa del Estado Islámico (EI).
A
pesar del buen hacer de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en
España, esto no es óbice para entender que el nivel de proximidad al terrorismo
yihadista permitía aceptar, antes o después, que el país sería objeto de algún
acto terrorista. Tanto es así, que otro consabido experto en esta cuestión como
es Manuel Torres, ya alertaba cómo en 2016 el número de menciones a España
desde la propaganda islamista radical no solo venía creciendo desde 2004, sino
que en 2016 llegó a su registro más alto, con 44 menciones expresas.
La porosidad de la amenaza
Aun con todo lo anterior, la capacidad
de prevención resulta sumamente compleja por el propio factor de transformación
que ha experimentado este tipo de terrorismo. Lejos de atentados sofisticados,
como los del 11 de septiembre, se han modificado sus lógicas de acción y desde
hace unos años vemos cómo artilugios caseros o coches y furgonetas fungen como
perfectos instrumentos para actuar. Ello, toda vez que Internet y las redes
sociales, igualmente, actúan como perfectos canales desde los que transmitir y
emitir mensajes, cada vez con mayor duración en el tiempo, pero donde
igualmente la propaganda y las redes de radicalización obtienen efectivos
réditos.
En la mayoría de los casos acontecidos
en Europa podemos ver cómo los responsables parecen responder a un paulatino
proceso de radicalización que implica cambios tanto en el individuo como en su
entorno social inmediato, y donde el reclutamiento de adeptos a la yihad se
erige en buena medida por la eficacia de discursos simplistas y reduccionistas
en los que Occidente se erige como la razón de todos los males del mundo
musulmán. Esta construcción dogmática Olivier Roy la denomina como el
"Islam Universal" (universal Islamist state) y afecta tanto a Europa
como a aquellos países musulmanes donde, por el contacto con Occidente, es
posible interpretar desviaciones en la práctica religiosa que reclama la yihad.
Tampoco
se puede pasar por alto el hecho de que la radicalización que acompaña a buena
parte de los atentados en Europa requiere de una importante carga emotiva, más
allá de condiciones sociales o económicas de exclusión, como algunos plantean.
Es decir, en cualquier caso, resulta imprescindible la concurrencia de
sentimientos de injusticia o humillación que, interiorizados, son
instrumentalizados por los conectores informativos, el proselitismo virtual y
las redes de reclutamiento. Así, éste se trataría de un proceso paulatino, nada
inmediato, en el que el mensaje radicalizado debe interiorizarse, y transformar
al individuo y su cotidianidad para concluir en una fase de yihadización previa
al desencadenamiento de un acto terrorista. Un proceso igualmente complejo que,
como plantea Michael Wieviorka, es donde hasta el momento las políticas
contraterroristas muestran mayores debilidades y dificultades. Otra dificultad
añadida reposa en que el terrorismo yihadista atraviesa las escalas geográficas
de lo global, lo estatal y lo local a partir de un sentido de la violencia que
se nutre de las dificultades y carencias de la sociedad en cuestión, pero
también de elementos de sentido mundializados. Quizá, es por esto que combatir
el terrorismo tal y como se presenta ante nuestros ojos requiere de una lógica
transnacional, tanto en términos reactivos como estrictamente preventivos. Lo
anterior, porque aun cuando los sentimientos de rechazo y repulsa a los actos
terroristas se suceden en todo el mundo, los mecanismos de respuesta y
prevención continúan entendiéndose, mayoritariamente, en clave estrictamente
estatal.
Terrorismo yihadista, mundo musulmán y medios de comunicación
Todo lo anterior desemboca en que,
tragedias como la de Barcelona, confieren una particular centralidad al islam
dentro de la agenda pública, política y mediática – que retroalimenta los
discursos, entre otros, de la extrema derecha europea. Y es que, a pesar de que
el mundo musulmán representa una minoría en Europa, éste es percibido, como
reflejan los barómetros de opinión, como una amenaza central para la
convivencia.
Bien por factores como la
multiculturalidad y los fenómenos migratorios de la división internacional del
trabajo que generan políticas de racismo, exclusión o estigmatización y que
alimentan a su vez respuestas reaccionarias; bien por la asimilación de hechos
que proyectan al islam dentro de una amenaza reducida a imágenes violentas
provenientes de Irak, Afganistán o Pakistán, entre otros, Oriente se termina
construyendo en muchas ocasiones como la oposición en esencia a las bondades de
Occidente.
Sin embargo, estas categorías
arriba/abajo o dentro/fuera no son suficientes por sí mismas y es
imprescindible una mayor responsabilidad informativa en algunos medios de masas
que contribuyen a desfigurar estos acontecimientos dirigiendo un mensaje en el
que el islam se reduce a un factor de inseguridad cuando no de terrorismo.
Todo lo contrario, en días como estos,
los medios deben de evitar poner al islam en el debate público exigiendo
apoyos, respaldos políticos o movilizaciones de condena que no son exigidas a
otros grupos y que exponen a la comunidad musulmana como de freno que
contrarrestar la inseguridad además de alimentar estigmas e, incluso,
disquisiciones perversas del tipo "si se invita a los musulmanes a actuar
contra el terrorismo, ¿no es porque tienen algo de responsabilidad?"
De lo sucedido trágicamente en
Barcelona, por tanto, podríamos extraer distintas consideraciones que no son
nuevas. En primer lugar, que España se encuentra en una posición de amenaza y
exposición creciente desde hace años. Que la transnacionalidad en la gestión de
la amenaza y las acciones prevención del radicalismo son tan imprescindibles
como complejas. Y que el papel de los medios informativos debe evitar incurrir
en simplificaciones ni en exigencias con un mundo musulmán que es tan ajeno
como víctima a la vez del terrorismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario