22 agosto 2017 (20.08.17)
No es el islam, es el salafismo
Ana
Belén Soage
Los que buscan en esta religión el motivo para los ataques confunden el
todo con una parte
Una vez mas, los terroristas han
conseguido golpearnos. Y una vez más, escuchamos los mismos argumentos: desde
la derecha nos dicen que el islam es
incompatible con nuestras sociedades, a pesar de que la inmensa mayoría de los
musulmanes están claramente consternados por este nuevo acto de violencia.
Desde la izquierda repiten que la culpa la tiene la política exterior occidental y
el apoyo a regímenes
autoritarios que
promueven ciertas ideologías
extremistas, como el saudí, o las combaten, como el egipcio,
ignorando las contradicciones de tal razonamiento. Dichos argumentos dicen más
de las posiciones políticas de los que los blanden que de la realidad, pero
ambos tienen algo de verdad.
Los que buscan en el islam el motivo
para los ataques confunden el todo con una parte. Existe una corriente dentro
del islam que fomenta el terrorismo. Una corriente supremacista, que proclama su
superioridad sobre los demás religiones e ideologías; totalitaria, puesto que
desprecia el diálogo y busca imponerse; y mesiánica, convencida de que en
última instancia será victoriosa. Se trata del salafismo. Y habitualmente es
quietista, limitándose a predicar para atraer a adeptos y aislarlos en la
medida de lo posible de las sociedades en las que viven, y contentándose de ser
"la secta salvada" de la que habla la tradición.
De la predicación a la violencia
Pero, en ocasiones, esa corriente pasa
de la predicación a la violencia y
se convierte en salafismo
yihadista. Sus partidarios pueden citar numerosas 'aleyas' y
'hadices', porque la historia de la revelación del islam también es la historia de la
aparición de una entidad política que se impuso por la fuerza de las armas. Y
sus referentes intelectuales son muy anteriores a la prohibición del velo en
las escuelas públicas francesas, o la ocupación de Palestina, o incluso la
colonización europea. Los principales son Ibn Hanbal (780-855), que se enfrentó a los
mutazilís que intentaban conciliar fe y razón; e Ibn Taymiyya (1263-1328),
que vivió las traumáticas invasiones mongolas.
Los que se decantan por nuestra
responsabilidad en el terrorismo
yihadista también tienen parte de razón. Nuestros
intereses nos han empujado a apoyar al régimen que ha hecho más para propagar
el salafismo que lo alimenta: el de Arabia Saudí. Este se fundamenta en la ideología wahabí, una
reformulación del pensamiento de Ibn Hanbal e Ibn Taymiyya utilizada en un
principio para movilizar a los beduinos de Arabia y establecer un Estado, y,
desde entonces, para legitimar la existencia de dicho Estado y demonizar a
todos aquellos que percibe como una amenaza.
Hace ya décadas que el régimen saudí es
consciente de estar jugando con fuego. Al menos desde 1979, cuando un grupo de
exaltados ocupó la Gran Mezquita
de La Meca ,
tomando a cientos de peregrinos como rehenes y exigiendo la revocación de
medidas modernizadoras como la educación de las niñas. En los años 90, Osama bin Laden,
héroe de la yihad en
Afganistán, se volvió contra la familia real porque, ante la amenaza de Sadam Hussein, esta eligió la
protección de las fuerzas occidentales en lugar de sus muyahidines. Más
recientemente, la financiación de grupos extremistas en Siria dio lugar a la aparición de Daesh, que ha atraído a miles
de combatientes saudís y no oculta su desprecio por la Casa de Saud.
Salafismo financiado
Sin embargo, Arabia Saudí continúa
financiando la propagación del
salafismo, en una huida hacia adelante cuyas consecuencias
pagamos todos. Y en tiempos más recientes, también ha comenzado a hacerlo Qatar, como parte de su
estrategia para elevar su perfil internacional. La actual crisis entre ambos
países proviene en gran medida del deseo qatarí de usar su poder económico para
proyectar su influencia, y de desacuerdos sobre los grupos que ha elegido para
hacerlo (en particular, los Hermanos Musulmanes, cuya ideología islamista es
simplemente una versión más moderna y pragmática del salafismo tradicional).
El pasado verano supimos
de la preocupación de los Mossos
d’Esquadra ante el hecho de que un tercio de las mezquitas de
Catalunya (es decir, unas 80) están controladas por salafistas. Es demasiado pronto para
saber cómo se radicalizaron los terroristas que perpetraron los ataques del
pasado jueves, pero una y otra vez hemos visto que el salafismo constituye un
caldo de cultivo ideal para la radicalización. Y que, en demasiadas ocasiones,
su supuesto quietismo es solo una máscara, a la espera del buen momento para imponerse…
o para vengarse.
Opinión:
De todo el
artículo deseo destacar el último párrafo… muy interesante.
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