26 agosto 2017
La
tentación recurrente de sacar provecho del terrorismo
Sobre todo este dolor
se edificaron fortunas y leyendas para cimentar poder y aplicar políticas bien
específicas. Se ha hecho y se está intentando repetir
Frente al terrorismo
hay que actuar con todos los medios legítimos, contra los carroñeros de cuello
blanco también
Son ya muchos los
países víctimas de terrorismo. Reaccionar como hienas que se alimentan de los
atentados ocurre en España
El terrorismo ha vapuleado a España como a pocos países. Ha
segado vidas. Las de aquellos a quienes arrancó el aliento y la de quienes se
quedaron con esa ausencia doblemente traumática. El terrorismo dejó sin
piernas, ojos, dañados órganos esenciales, quemada la piel, el cuerpo, la
fuerza y la esperanza. El terrorismo ha mutilado la existencia de muchas
personas, arrebatando hijos, maridos, esposas, padres, hermanos, amigos. Ha
forzado hasta la extenuación la capacidad de entender, de asombro, de ánimo
para seguir viviendo. España lo ha sufrido de distintas procedencias, igual de
atroz.
Piensen en las familias de Xavi y
Julian, los niños asesinados en La
Rambla , del estadounidense que celebraba en Barcelona su
primer aniversario de boda, de la anciana portuguesa que enseñaba la ciudad a
su nieta, de los jóvenes italianos, del cooperante solidario, de la zaragozana
que cayó en Cambrils. De todas y cada una de las víctimas. Imaginen las
secuelas del centenar de heridos en estos atentados de los que, en el horror,
apenas queda tiempo para hablar. De la onda expansiva de dolor llegada a
distintas partes del mundo, desde Australia a Granada en España. Es lo que
busca el terrorismo. Lo mismo pasó en Madrid el 11 de Marzo de 2004.
Cerca de dos mil familias pueden
hablar en primera persona de lo que truncaron aquellas bombas en los trenes de
cercanías de Madrid. Casi dos centenares de muertos, también de numerosas
nacionalidades, desde Chile y Perú, a Polonia o Filipinas. El hijo inolvidable
para tantos de Pilar. El chileno que acababa de traer a su mujer y a su hijo
para darle estudios. La niña árabe de 13 años que no llegó a su Instituto de
Lavapiés. De todas las procedencias, de todas las edades, de todas las
profesiones.
Entre los heridos, un gran número
quedó con los pulmones dañados y graves lesiones en otros órganos y en las
extremidades. Secuelas que merman capacidades. Personas que tuvieron que
aparcar sus carreras, sus proyectos. Y que no han vuelto a sonreír con plenitud
nunca más. Cuánto más podríamos contar de sus carencias tras aquellas puertas
que se cerraron para el interés mediático.
Pues bien, sobre todo este dolor se
edificaron fortunas y leyendas para cimentar poder y aplicar políticas bien
específicas. Se ha hecho y se está intentando repetir, con una guerra sucia
bochornosa que pone en cuestión la
Seguridad , a quienes se encargan de esa tarea de servicio
público, las intencionalidades políticas, hasta los Derechos, como en un gran
saco. Cuando precisamente los ciudadanos parecen haber recuperado la confianza
en los Cuerpos que nos defienden. Los volquetes de basura que están echando
sobre los Mossos, en particular, con verdades a medias envilecen
a sus propagadores. Investidos de la falsa moralidad que se atribuyen, los
actores de la manipulación interesada no andan lejos de la perversidad de los
terroristas. Son los carroñeros que se aprovechan de los atentados.
Rajoy ha querido templar la
cuestión, hablando de la confianza del gobierno en todas las fuerzas de
seguridad y alabando
la gestión de la policía catalana. Siquiera formalmente. Lo
cierto es que la campaña y la división ya ha legado a medios
internacionales solventes. El propio
presidente catalán acusaba en Finantial Times a Rajoy de “hacer política con la
seguridad".
Comparecía Rajoy ante la prensa y
ha declarado, también, como quien no quiere la cosa: "Si hay que modificar
el código penal para combatir el yihadismo, lo haremos”. Poca pena más queda
por meter que la
Cadena Perpetua que ya introdujo con el Pacto Antiterrorista,
y poco más que endurecer y recortar en derechos -de todos- en una legislación
de las más restrictivas de Europa. Es otro clásico.
El arranque estelar de la
utilización del terrorismo sin tapujos se sitúa en el que es aún el mayor
atentado yihadista sufrido en Europa, el 11M en Madrid. Apenas un mes
después, el 23 de Abril, fecha que conmemora las grandes y menos grandes
creaciones literarias, nace la teoría de los "agujeros negros".
Se gesta en el diario El Mundo y su primer difusor es un periodista ya
fallecido. Curiosamente desaparece de las firmas y toma el relevo Luis del Pino
que escribiría tres libros y sería empleado en la Telemadrid de Esperanza
Aguirre para dar cumplida cuenta de su teoría. Además del staff de dirección de
El Mundo, el propio director, Pedro J. Ramirez, participa de forma entusiasta.
A él se debe su inolvidable "el yerno que todos querríamos tener"
dedicado a José Emilio Pérez Trashorras, uno de los principales condenados.
La conspiranoia del
11M se basaba en eso, exculpar a unos y sembrar dudas –más bien certezas- sobre
varias pruebas decisivas: el explosivo, la furgoneta Kangoo de Alcalá de
Henares, la mochila de Vallecas, los teléfonos móviles. Sin ninguna prueba. El
fin es culpar a ETA que parece convenir más al PP. Ha perdido las elecciones
del 14 de Marzo, gracias en alguna medida a su gestión nefasta de la
información de los atentados. Así lo señalaba la prensa internacional.
Volvimos a acudir a ella, como en los peores tiempos. Desde el mismo día 11
apuntaron a la autoría del terrorismo islamista. Los conspiranoícos intentaban
también culpabilizar al PSOE, sugiriendo que movió hilos a su favor para salir
triunfador en las urnas.
Era la forma de dar consistencia a
la línea que mantuvo el PP los cuatro días de Marzo, desde el "No hay
duda: ha sido ETA" del ministro del Interior Ángel Acebes en la mañana de
los atentados, hasta casi la hora de votar. Complementada con gestiones
diplomáticas en embajadas y en la
ONU , o con la llamada personal de Aznar, el presidente del
gobierno, a los directores de los periódicos forzando titulares.
Fue una utilización fraudulenta de
los atentados de Madrid con fines político y de lucro económico. Impune. Y en
cierto modo exitosa, porque caló en ciertas personas proclives a la credulidad.
Todavía hay quien sospecha de manos ocultas, a pesar de la rigurosa sentencia
judicial. Se extendería con la concurrencia de otros profesionales de la
intoxicación. Y el PP. El partido llegó a presentar en el Congreso 215
preguntas al gobierno del PSOE, basadas en la Teoría de la Conspiración.
Cuando era el PP quien estaba en el gobierno. A ratos, el ambiente se hizo
irrespirable.
El propio magistrado Gómez Bermúdez
se molestó en dedicar al tema unas líneas en la sentencia: "Como en muchas
otras ocasiones de este proceso, se aísla un dato, se descontextualiza y se
pretende dar la falsa impresión de que cualquier conclusión pende
exclusivamente de él, obviando así la obligación de la valoración conjunta de
los datos, las pruebas"… Cierto, digno de Goebbles. Y se ha convertido en
modus operandi habitual. Debemos recordarlo porque ahí empezó la táctica y la
anomalía que hoy vivimos.
Otra lamentable víctima fue Rodolfo
Ruia, entonces comisario en Vallecas, lugar en el que se depositaron
mochilas recogidas en la explosión del Pozo del Tío Raimundo. El meritorio
agente se jugó la vida investigando la famosa mochila y logró descubrir que
aportaba pruebas concluyentes de la autoría. No había sido ETA esta vez. En
lugar de las alabanzas que mereció, le hicieron la vida imposible. Al punto que
su mujer se suicidó y su hija precisó tratamiento psicológico. Cuesta encontrar
vileza mayor.
Buena parte de los autores de esta
deleznable página de nuestra historia siguen ahí. Recibiendo votos y gobernando
o trabajando en los medios, incluso en puestos destacados. Para desgracia del
periodismo español, algunos más se están sumando en esta ocasión y desde algún
tiempo dado el éxito anterior. Y gran parte de la sociedad lo sabe, y lo
acepta.
A veces impactan la memoria
imágenes del daño que el terrorismo nos ha hecho. Las más recientes se añaden a
las que no olvidamos. Los abrasados en el Hipercor de Barcelona. Las
familias de las casas cuartel de la Guardia Civil. La de aquel joven guardia en un
pequeño pueblo de Burgos que cayó con sus compañeros en la plaza de la República Dominicana
de Madrid. La de aquel conductor de autobús suplente que se dejó la vida en una
calle de mi casa. Las miradas truncadas de los supervivientes del 11M. La
serpiente mortal de la furgoneta en La Rambla de Barcelona. Los huesos quebrados, la
carne quemada, los cristales rotos, las vidas rotas.
Frente al terrorismo hay que actuar
con todos los medios legítimos, contra los carroñeros de cuello blanco también.
Su siembra de odio interesado ya ofrece resultados. Crecen los ataques
islamófobos. Pensemos en la mujer agredida en Usera, Madrid, o en esos críos de
Fitero, Navarra, a los que dos indeseables molieron a palos cuando salían de
guardar un minuto de silencio por las víctimas de Cataluña. Explíquenles
porqué.
Como en todas las grandes tragedias
numerosas y notables muestras de generosidad, incluso en las familias de los
asesinados, han venido a reconciliarnos con el género humano. Son ya
muchos los países víctimas de terrorismo. Pero quedan grupos decisivos que se
comportan de muy diferente forma. Reaccionar como hienas que se alimentan de
los atentados ocurre en España. Usar a las víctimas, el dolor, la
indignación y el miedo de los ciudadanos para su interés político y sus
réditos, solo ocurre en una sociedad enferma.
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