23 agosto 2017
Celtiberia show después del estupor
Después de la
tragedia siempre hay justicieros que miran de reojo a ver dónde hay una mota
No
estamos preparados para el estupor. Lo sentimos, lo compartimos, nos abrazamos.
Y, al cabo, discutimos en medio del estupor; alcanzamos los decibelios de lo
ridículo creyendo que estamos en el campo magnético de lo solemne. Y cuando ya
se dispersan las lágrimas empezamos a mirar de reojo al prójimo, que en seguida
vuelve a ser el diferente, el otro, el enemigo. El que permitió hacerlo, el que
lo hizo.
En
esa mezcla dramática y cómica a la vez entran políticos, curas y
ultratertulianos, una fauna humana, tan española, como la que retrata Paul
Preston en el prefacio del escalofriante recuento de la guerra, El holocausto
español.
En
ese terreno de juego en el que se alterna la apelación a la nobleza con el
descenso a los infiernos de lo simple,un cura, por ejemplo, subido al bolardo
de su inteligencia, llama comunistas como antes a las alcaldesas que no les
ponen, dice él, dificultades a los terroristas. Y ese cura, estolado de verde esperanza,
no clama al cielo para que haga justicia, o no tan solo, sino que le da
volantes a sus feligreses para que vayan a comisaría a denunciar aquellas sátrapas,
dos mujeres además, tan descuidadas.
Celtiberia
en su mejor momento: después de la tragedia siempre hay justicieros que miran
de reojo a ver dónde hay una mota. La
CUP rompe el tablero institucional, echa al Rey la culpa de
no se sabe cuántas satrapías y se desvía de la marcha de dolor como si esa
fuera también una gran parada política. Para dejar las cosas en tablas, la
alcadesa Colau organiza la marcha de dolor de modo que no se mezclen churras
con merinas. Las noticias dicen que ahora el president reflexiona sobre los
males que trae lo que ocurre a su andanza política, pero se consuela diciendo
que también lo tiene mal el otro.
El otro no es Rimbaud, es Rajoy.
Mezquindad,
divino tesoro político. Más acá, en el otro lado de la Celtiberia , una
destacada política con mando en esta plaza duda de si irá o no a esa marcha
popular porque no ha recibido una invitación, se supone que en sobre lacrado
como corresponde a los ilustrísimos convocados. Como si fuera un acto en el
Liceo o una visita de cortesía al Nou Camp. La Televisión Española ,
cuando tenía que abrir plano, se quedó con los tres representantes más cercanos
del Estado, y obvió a los catalanes cuando se retransmitió el minuto de
silencio. Divino descuido terrenal.
Más
acá aún: un alcalde de la periferia celtibérica madrileña vuelve a sacar, como
el cura, el asunto de los bolardos. La culpa es de, la culpa es de…, hay gente
que lleva en su bolso un montón de culpas ajenas. Mientras se sucede ese dime y
direte, los terroristas que quedan vivos acuden esposados al juez de la Audiencia Nacional.
Y dejan en la mesa del juez más dudas sobre el alcance que pudo tener esa
matanza.
Mientras
tanto, España es una gran tertulia a la que se suman la Policía , la Guardia Civil y los
Mossos. Las fuerzas del orden, tan preciadas, empiezan a lanzarse cristales
rotos mientras del extranjero se suceden reproches policiales a los que aquí,
al celtibérico modo, responden con dos frases que, aun en catalán, suenan tan
españolas: “yo no fui, fuiste tú”. Por fortuna, esta vez no hubo soldados
negros de las tertulias echándole la culpa a la ETA. Ya tuvimos bastante.
En
este ámbito al que le hubiera faltado un compilador del genio de Luis Carandell
se alzó con el trending topic
mundial el ya muy famoso mayor de los Mossos, Josep Lluís Trapero, que despachó
con una frase empachada de ingenio, “Bueno, pues molt bé, pues adiós”, una
discusión sobre idiomas que, por otra parte, tan estúpida y dañina ha sido
tanto para la difícil convivencia de las lenguas celtibéricas.
Qué
estupor, qué nuevo estupor. Bueno, pues molt bé, pues adiós.
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