26 agosto 2017
Combatir el
terrorismo sin caer en la islamofobia
La respuesta al terrorismo no puede ser la emergencia de
agresiones islamófobas, ataques a personas, mezquitas y centros musulmanes
Esteban Ibarra es presidente
de Movimiento contra la
Intolerancia y coordinador de la Plataforma Ciudadana
contra la Islamofobia
La masacre terrorista en
Barcelona y Cambrils emplaza a nuestro país a replantearse ciertas miradas
insuficientemente ajustadas a la gravedad de los hechos y a enfrentar la
evidencia de lo anunciado por la organización criminal DAESH que habla de
persistir en sus matanzas de odio hasta conquistar Al-Andalus, siguiendo
la senda sangrienta que aplica en otras ciudades europeas y a nivel
mundial en su arqueo-utopia resultante de su perversa interpretación
religiosa.
Este replanteamiento requiere
asumir, con independencia de la causalidad múltiple del problema y las
circunstancias que incidan en cada coyuntura, que será la ciudadanía, “los
infieles”, su objetivo principal de esta criminalidad de odio a la que
hay que proteger ante acciones ejecutadas por gentes muy jóvenes fanatizadas,
crecidas e insertadas en el propio país donde cometen sus horrores así estimen
nuestra vulnerabilidad, por lo que “nuestro autodescarte” como posible objetivo
de su terror es un frívolo infantilismo con consecuencias dramáticas.
Sin despreciar aspectos
relativos a la integración de los musulmanes en nuestro país u otros en cuanto
a la desigualdad social, hay que señalar que esta fanatización terrorista no
está en clave de pobreza y exclusión, aunque sin duda contribuyen. La recluta
del fanático pseudoimán, apostata yihadista, la amplitud y juventud de la
célula y sus conexiones internacionales, aparte de las insuficiencias en
seguridad global, revelan que el factor ideológico y la victimización
identitaria juegan un papel central en el proceso de radicalización que conduce
a este extremismo terrorista.
La respuesta no puede ser
la emergencia de agresiones islamófobas, ataques a personas,
mezquitas y centros musulmanes, incluida la islamofobia de género, los
actos de incitación al odio en redes sociales e internet, el agi-pro de
autores clandestinizados y estructura sumergidas de ultras y neonazis que
buscan canalizar la ira ciudadana y confundir islam y musulmanes con terrorismo;
es más, no solo realimentan al salafismo yihadista sino que
deben interpretarse como discurso y delitos de odio ante los que
debemos reclamar la intervención de las fuerzas de seguridad, de la judicatura
y autoridades, así como mostrar nuestra solidaridad con estas víctimas de
la reacción antidemocrática.
Combatir la intolerancia
pseudoreligiosa y su radicalización desde la que se construye el fanatismo que
produce resultados escalofriantes, nos debe llevar a neutralizar
anticipadamente la predisposición que permite no solo acabar con la vida del
“infiel”, sino a despreciar la suya propia asumiendo la muerte como servicio
religioso, con esperanza de recompensa en vida futura. Ese desprecio a la
vida “del otro” nos recuerda al genocidio nazi, aunque en esta ocasión va
acompañada de una enajenación de la vida propia que ya admiraba Heinrich
Himmler, cuando valoraba la potencia criminal de esta intolerancia fanática de
aquel tiempo.
La potencia de
su factor ideológico, hasta ahora despreciada con eufemismos
banalizadores acerca de “su ignorancia”, “su locura” u otros, y la
permisividad con los discursos y delitos de odio islamófobos, conducen a no
intervenir eficazmente reduciendo el espacio social para el reclutamiento
criminal del Daesh. Mientras cambiamos y lo conseguimos, en defensa de la
dignidad de la persona, los derechos humanos y la convivencia democrática en
sociedades tolerantes, de acogida e inclusivas, no dejemos de honrar ni un
segundo a las víctimas, de construir solidaridad y memoria democrática
interpretando, como dijo Tomas y Valiente, que con sus asesinatos nos
matan a todos un poco.
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