24 agosto 2017
¿Quién dijo miedo?
Anna Garcia Hom y Ramon-Jordi Moles
Debemos
replantear nuestro ascensor social desterrando la idea de 'integración' y
sustituirla por la de 'aportación'
Los atentados de Barcelona y Cambrils han generado
una respuesta colectiva simbolizada en el eslogan 'No tengo miedo' y el
marco mental dominante culpa de tales fechorías al terrorismo
yihadista como sinónimo de
fanatismo religioso. ¿Debemos tener miedo del fanatismo religioso?
No estamos seguros de ello porque los perfiles de los terroristas varían,
además de otros factores, también en cuanto a perfil religioso (desde sujetos
muy practicantes a recién llegados). No parece pues este fanatismo la única
causa eficiente, aunque sí que aparece como la justificación pública de tales
delitos. Además, se puede ser fanático sin llegar a cometer actos de tales
magnitudes.
Tampoco por cuanto el islam no es solo una religión sino una forma de vida (el papel
de un imán es más amplio que el de líder religioso), con lo que, de ser
así, estaríamos ante una práctica rigurosa de una forma de vida, lo que es
desmentido por las trayectorias vitales de muchos de los terroristas.
Recordemos por ejemplo que el perfil de los de Barcelona y Cambrils se parece
poco al de los de París, Niza, el 11-S o el 11-M: eran 'chavales' de Ripoll 'integrados'.
Si no es el fundamentalismo religioso, ¿cuál puede
ser entonces una de las causas eficientes del llamado terrorismo yihadista?
Apuntamos una hipótesis. En los casos analizados aparece un elemento común muy
relevante: la manipulación
de los sujetos –la mal llamada 'radicalización'-. Manipulación, sí,
porque no puede radicalizarse quien ni siquiera es practicante moderado. La
manipulación no es un fenómeno nuevo: cualquier secta se beneficia de estas técnicas para captar adeptos,
y este caso no es una excepción. Estas técnicas de lavado de cerebro se
ceban en víctimas propiciatorias a las que progresivamente se aísla de su
contexto y se les construye una realidad paralela en la que son los
elegidos para actuar según las instrucciones de su captador o controlador.
Un contexto propicio
Para
que existan víctimas manipuladas con éxito a prestarse a cometer atentados es
preciso un contexto propicio, con una fractura – aunque sea latente- social,
familiar, económica, religiosa, que sirva para justificar el aislamiento
progresivo del sujeto. Si internet pone las cosas fáciles
al captador el contexto determina su éxito.
De
ser cierto esto, deberíamos cambiar las estrategias de abordaje del
problema: no es
fanatismo religioso, es terrorismo sectario. Además de persistir en el buen
trabajo de análisis de inteligencia y superar los meros estudios estadísticos,
debemos conseguir la mayor adhesión posible por parte de las confesiones
religiosas -especialmente la islámica- para desterrar la idea
de la 'guerra de religiones', puesto que esta es la que beneficia a sectas como
Daesh, a Al Qaeda y a sus filiales. Debemos replantear nuestro ascensor social
desterrando la idea de 'integración' y sustituirla por la de 'aportación'.
De no hacerlo aparecerán nuevos manipulados (quizá con otras banderas) que
servirán de carne de cañón para generar de nuevo el miedo.
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