08 marzo 2015
“No sé si
merece la pena morir por una sociedad que mira a otro lado”
Teresa Díaz Bada recuerda el atentado
que mató a su padre, Carlos Díaz Arcocha, primer ertzaina asesinado por ETA
“Llegué a casa de trabajar y vi a uno de mis
hermanos llorando. Antes de poder hablar con él sonó el teléfono. Era un
periodista que me dijo que habían puesto una bomba en el coche de mi padre”.
Así recibió Teresa Díaz Bada el mazazo que cambió su vida, el asesinato a manos
de ETA de Carlos Díaz Arcocha, primer superintendente de la Ertzaintza y uno de los
encargados de alumbrar la
Policía autónoma vasca. Hoy, 30 años después de aquel 7 de
marzo de 1985, el militar bilbaíno afincado en San Sebastián sigue estando muy
presente en el día a día de una familia que ha aprendido a que el “dolor” no
les devore y que conviven con él como algo inherente a su propia esencia.
La “confusión, nervios, tristeza y devastación total”
que se adueñaron de ella cuando tenía 24 años han dado paso a la búsqueda de “justicia”
para su padre, que “dio su vida por lo que creía” y quien, pese a saberse
amenazado, no vio venir el golpe. Poco antes de las diez de la mañana, cuando
salió de desayunar del bar de la gasolinera de Elorriaga, muy próxima a Arkaute,
el Ford Escort sin distintivos que conducía explotó. Los diez minutos que pasó
en el establecimiento hostelero, propiedad de un buen amigo, fueron suficientes
para que los terroristas colocaran los explosivos en el vehículo y que
iniciaran una negra cuenta en el Cuerpo vasco que, a día de hoy, la completan
otros 14 agentes asesinados.
Teniente coronel de Infantería, tenía 52 años y una
gran “ilusión” porque “estaba convencido de la labor que iba a hacer: crear una
Policía autonómica que defendiera al pueblo y que fuera por y para la gente”.
Tuvo detractores y mientras “muchos de sus compañeros militares no lo entendían
y le veían como un traidor porque iba a crear una Policía paralela”, los
nacionalistas “no le consideraban uno de los suyos”. Él se sentía integrado con
todos porque “era vasco y español”, sentencia Díaz Bada, antes de aclarar que
se trataba de “un hombre muy instruido y culto, con un ideario liberal, abierto
de mente, dialogante, muy afable y, sobre todo, optimista”.
P– En su
funeral tuvieron que lidiar con una confrontación que no hacía justicia a las
creencias de su padre.
R– Ese día las instituciones vascas y españolas no
estuvieron a la altura.
De hecho, los militares no acudieron a los responsos
porque la ikurriña había sido depositada sobre el féretro y el Gobierno vasco
se negó a poner la bandera rojigualda junto a la vasca pese a que “mi madre y
la madre de mi padre se lo pidieron”. A partir de entonces, el “escaso apoyo”
cayó en picado hasta que “unos meses después le entregaron la Gran Cruz al Mérito
Policial en Ajuria Enea… Y hasta hoy”.
En ese sentido, Teresa recuerda que “era un
profesional buenísimo que tuvo un trabajo muy difícil y poco reconocido”. Es
más, incide en que “con mi padre se ha dado la omisión permanente del recuerdo,
de lo que él fue para la
Ertzaintza. No ha existido”. Y fue así desde el inicio ya que,
según recuerda con pesar e “indignación”, en el Boletín Oficial del Estado “apareció
que había muerto en accidente de trabajo”.
Por ‘Kantauri’ y ‘Anboto’
La hija del superintendente asesinado censura la
manera en que se trató a “una persona tan excepcional”. “Era bueno, pero bueno
por naturaleza, cariñoso, tenía un gran sentido del humor y le gustaba leer, ir
al cine y hablar en francés, que aprendió por su cuenta. Siempre agradable. Un
buen padre, tolerante y comprensivo”, le define.
Eso, en su opinión, da buena cuenta de la “dejación
absoluta de los organismos competentes”, que apuntala al recordar los “más de
300 asesinatos sin resolver” perpetrados por ETA. En el caso de Díaz Arcocha,
dos exertzainas fueron absueltos de “colaboracionismo” si bien, asegura su
hija, “uno de ellos, arrepentido, dijo que mi padre era un blanco fácil en un
día de niebla”. De lo poco que ha llegado a oídos de Teresa es que “dicen que
fue ordenado por ‘Kantauri’ y ‘Anboto’, pero no lo sabemos”.
Porque realmente no conocen prácticamente nada
acerca de aquel aciago 7 de marzo.
P– ¿En qué
situación judicial se encuentra el asesinato de su padre?
R– El caso está abierto y metido en un cajón.La Audiencia Nacional
no nos da ninguna información.
R– El caso está abierto y metido en un cajón.
P– ¿Cree que
se cerrará?
R– Sí, pero porque prescribirá, no porque se
investigue. Soy escéptica y creo que los gobiernos lo están haciendo mal en ese
aspecto.
Expresidenta del Colectivo de Víctimas del
Terrorismo del País Vasco, Covite, es plenamente consciente de que en algunas
pesquisas se han cometido “errores”. Pero en las diligencias en torno a la
muerte de Díaz Arcocha está convencida de que no hubo fallos. Simplemente, “no
se hizo nada”.
Iba a los funerales
De la “amenaza permanente” que vivían –su padre
llevaba “muchos años” en el punto de mira–, aprendieron que “las ideas se
defienden argumentando”. Eso es lo que creía el superintendente, seguro de que “el
terrorismo acabaría y que había que estar aquí para plantar cara”.
Así, y a pesar de la insistencia de su familia, no
quiso abandonar San Sebastián. Tampoco esconderse porque, en un momento en el
que a los funerales de militares, guardias civiles y policías nacionales no
acudían ni los representantes de las instituciones vascas y estatales, Díaz
Arcocha y su mujer sí que lo hacían. “Era una vergüenza ver cómo iban cuatro a
la iglesia y tenían que salir a los coches por la puerta de atrás”, denuncia.
Sus hijos –tuvo cinco– siguen su estela combativa y
de amor por su tierra, de la que no se alejan aunque, a juicio de Teresa, “no
es lo mismo ser víctima en Sevilla que aquí, donde no les importas a muchos”.
En su caso, se han repuesto “con el apoyo que nos hemos dado dentro de la
familia”, que ha visto cómo su vida viraba 180 grados. “No percibes las cosas
de la misma manera”, asegura.
A raíz del “abandono social” que, según denuncia,
padecen no solo ella, sino “casi todas las víctimas”, ha tenido mucho tiempo
para estar segura de que “el país no merecía a mi padre. Ni el País Vasco ni
España. Sé que hizo lo que el quería, pero no se si merece mucho la pena morir
por una sociedad que mira para otro lado y no tiene ni una palabra de compasión”.
El cese de la violencia terrorista,
una puerta “a la impunidad total y absoluta”
El 20 de octubre de 2011, cuando ETA anunció el “cese definitivo de la actividad armada”, Teresa Díaz Bada tuvo una eclosión de sentimientos encontrados. Aliviada porque nadie más perderá a sus seres queridos y porque “muchos ciudadanos podrán salir a la calle aliviados sin tener que mirar si hay algo en los bajos de su coche”, rápidamente se percató también de lo que, a su juicio, ha venido después: “Impunidad total y absoluta”.
Para la hija del superintendente de la Ertzaintza Carlos
Díaz Arcocha, estos casi tres años y medio últimos demuestran que “ha sucedido
lo que quieren los terroristas”. Y pone un ejemplo: “No se puede entender que
desde el fin de la violencia ninguna institución esté trabajando en esos
trescientos casos sin resolver” de atentados etarras.
Tiene claro que esta aparente dejación “responde a
un interés político” y considera que “el Estado se tendría que preocupar de
que, si este tema se cierra, se investigue hasta el final. No pueden quedar
libres las personas que han matado a nuestras familias”.
Teresa está convencida de que se ha conseguido “el
deseo de los terroristas, que no haya consecuencias”, y confiesa su “tristeza
porque todo el sufrimiento no ha servido para nada”, así como su “rabia por la
injusticia padecida”. Es más, apunta que los nuevos tiempos –para Díaz Bada la
falta de apoyo social sigue siendo la misma que hace tres décadas– han dejado
más acorralados a quienes vieron su vida segada a manos de ETA. “La gente
piensa: ‘Jo, ya están las víctimas otra vez, que pesadas’”, se duele.
Esa es una de las razones por las que la hija de
Díaz Arcocha alberga “muy pocas esperanzas” de que se escriba “un relato real
de lo que ha sucedido”. “Sería necesario un ejercicio de honradez duro porque
muchos tendrían que reconocer su connivencia con ETA”, algo que Teresa prevé “difícil”.
Opinión:
Teresa Díaz Bada fue una de las primeras víctimas del terrorismo etarra con la que contacté, en los muy lejanos años del final de la década de 1980. Me sorprendió su fortaleza, la misma que muestra tantos años después. Recuerdo muy buenas conversaciones, la última no hace tanto en Arkaute, con el objetivo común de acabar con el olvido y el desamparo que ya entonces sufríamos.
Teresa Díaz Bada fue una de las primeras víctimas del terrorismo etarra con la que contacté, en los muy lejanos años del final de la década de 1980. Me sorprendió su fortaleza, la misma que muestra tantos años después. Recuerdo muy buenas conversaciones, la última no hace tanto en Arkaute, con el objetivo común de acabar con el olvido y el desamparo que ya entonces sufríamos.
Por ello comparto absolutamente su comentario en
torno a la injusticia padecida y a la necesidad de un relato real de lo
sucedido. Y ella siempre será un ejemplo para poder explicar pública y
privadamente que, pese al dolor causado por lo asesinos terroristas existimos
un grupo de víctimas que hemos aprendido a vivir con lo ocurrido y que por
encima de ideas personales o partidistas, hemos sabido poner el interés común, exigiendo justicia cuando las situaciones atacaban nuestros derechos.
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