12 julio 2017
Editorial
La ocupación del
recuerdo
El homenaje a las
víctimas debería servir también para constatar que Euskadi deja atrás aquel
drama y para acabar con los intentos de patrimonializar el dolor que en nada
contribuyen a la convivencia
La celebración de homenajes en recuerdo de Miguel Ángel
Blanco, concejal del PP en Ermua asesinado por ETA hace veinte años, deberían
constituir, en primer lugar, un reconocimiento a través del homenajeado de
todas las víctimas de una violencia que nunca debió haberse producido, también
de las víctimas de otras violencias que tampoco debieron producirse; y no se
trata de igualar violencias ni a quienes las padecieron, sino de constatar que
toda violencia es injusta y todos sus resultados dramáticos. Los homenajes a
Blanco, en segundo lugar, deberían servir también para comprobar las profundas
diferencias existentes entre el momento actual de Euskadi y aquellos otros que
nuestra sociedad soportó y logró superar situándose mayoritariamente frente a
la violencia y, en su caso, frente a quienes defendían su práctica; también
como respuesta a otra violencia. Pero, finalmente y a consecuencia de todo lo
anterior, el reconocimiento a las víctimas, los homenajes, también los que
recuerdan a Miguel Ángel Blanco, deberían servir para cuestionar y acabar con
determinadas actitudes que en nada contribuyen a paliar la crispación y
favorecer la convivencia, la normalización, en nuestra sociedad; actitudes que
antes y ahora se antojan impulsadas por un mero interés partidista que en
realidad supone un auténtico menosprecio a las propias víctimas por cuanto de
utilización de las mismas, de su dolor, tiene. Y en ese ámbito cabe enmarcar la
impostada indignación por la presencia de políticos de la izquierda abertzale
en el homenaje de Ermua, ignorando conscientemente el significado de esa
presencia para pretender convertir egoístamente un acto público de contrición
en desafío a la memoria de las víctimas con el único fin de patrimonializar la
reivindicación y ocupar la totalidad del recuerdo. Como cabe enmarcar en esas
interesadas actitudes el agrio debate desatado en Madrid ante la decisión
inicial de la alcaldesa Carmena de no limitar la visibilidad del homenaje a una
única víctima, como ha pretendido el PP. Y también, aun desde la comprensión de
lo sufrido, la reivindicación irritada de aquello que se denominó Espíritu
de Ermua como si la resistencia frente a ETA, que tuvo
expresión y convocatorias públicas desde el propio nacionalismo vasco mucho
antes, ya en octubre del 78, solo hubiese surgido cuando ciertas políticas e
ideologías nada desinteresadamente pretendieron apropiarse de ella.
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