13 julio 2017
Hoy jueves ya han
pasado los actos públicos y queda ese dolor privado
Los Blanco Garrido
David del Cura
De todas las imágenes recuperadas del secuestro, agonía,
movilización y asesinato de Miguel Ángel Blanco me quedo con la llegada de su
padre a casa. En las casas de la gente normal sólo hay prensa cuando ha
ocurrido una desgracia. Miguel llegaba del tajo, aparcó la C 15 blanca y ante la nube de
micrófonos, rodeado por la inquietud acertó a preguntar «¿qué ha pasado?»…
parece que han secuestrado a su hijo. El susto le sobrevino a la mirada. Entró
en el portal de su casa en Ermua y su vida cambio para siempre. Sólo el padre,
la madre y la hermana saben cómo fue el primer momento de esa familia mutilada
por la soberbia asesina de los terroristas. Las familias normales no eligen
tener héroes. Ellos fueron durante 48 horas el soporte visible de una esperanza
compartida por un país entero. Ellos fueron guía moral que en aquellos días de
julio estrechó, ingenuos pensamos que hasta la agonía, el ecosistema de los
«malos». Ellos fueron el dolor, la impotencia y la rabia de una España en conmoción.
Miguel, Consuelo y María del Mar volvieron a casa y guardaron el silencio que
dejó Miguel Ángel mientras en la calle se iban apagando los ecos. Las familias
normales no van a la
Audiencia Nacional. Las familias de los héroes saben que la
desgracia les ha colocado como referencia moral en lugares que nunca habían
imaginado. Con los años llegaron los juicios y la sinceridad arrebatadora de un
trabajador al que le derramaron la sangre de su sangre con dos tiros: «Hijo de
puta, cabrón, asesino, soy el padre de Miguel Ángel Blanco y has matado a mi
hijo». Se escucharon aplausos en la sala y el etarra Muñoa, cuentan las crónicas,
se giró y miró a los presentes con desdén. Lo hizo protegido por el cristal
blindado. Fue el primero. Luego cayeron Txapote y Amaia, los pistoleros.
También tras el cristal blindado se protegieron de los aplausos de los amigos
de Miguel Ángel al fiscal, de los llantos de una madre rota que escuchó a los
forenses el relato del asesinato de un hijo para el que seguro siempre había
soñado lo mejor. En las familias trabajadoras siempre se alberga la idea de un
futuro sin las estrecheces ya sufridas. Hoy jueves ya han pasado los actos
públicos y queda ese dolor privado, la memoria de una familia que dejó de ser
normal por la voluntad asesina para ser un ejemplo de dignidad.
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