24 julio 2017
Victimas, verdad y disenso
Nadie quiere preguntarse si el terrorismo y la derrota de ETA deben
tener alguna consecuencia en la valoración del nacionalismo y su radicalidad
Joseba Arregi
En las semanas pasadas hemos podido revivir dos
atentados terroristas de ETA que sucedieron hace algunos años, el largo
secuestro y subsiguiente liberación de Ortega Lara y la ejecución aplazada,
revestida de secuestro y posterior asesinato, de Miguel Ángel Blanco. En ambos
casos el verdugo fue ETA. Ambos hechos merecían toda nuestra atención, nuestra
memoria, exigían y nos exigen actualizar el significado político de las
víctimas primarias de ETA, los secuestrados y asesinados, y sobre la base de
ese significado político extraer las consecuencias políticas para la
construcción de nuestro futuro político.
La
realidad ha sido otra: disputas, teatro, actitudes tacticistas, negacionismo,
contradicciones, repetición de palabras, eslóganes y frases vacías, con los
herederos de los acompañantes de los terroristas en el Congreso en Madrid, en
el Parlamento Vasco, en el Gobierno en Navarra sin condenar la historia de
terror de ETA, y en los medios de comunicación diciéndonos que no van a
entregarnos su cabeza política ni van a ayudar a aclarar asesinatos todavía no
resueltos -Kubati, el asesino de Yoyes-. Hablan con corrección de cabeza
política, porque ETA mató por razones políticas, por un proyecto político
radical nacionalista, pero nadie, repito: nadie, quiere preguntarse si el
terrorismo de ETA, y la derrota de ETA, deben tener alguna consecuencia en la
valoración del nacionalismo en su conjunto y sobre todo en su radicalidad. Por
mucho que la expresidenta del Parlamento Vasco Izakun Bilbao negara que ETA
mataba en nombre del Pueblo Vasco, era ETA la que establecía la relación y no
los críticos con el nacionalismo, y era el PNV quien establecía esa relación
cuando sus líderes afirmaban que ETA y su terror eran fruto del conflicto
vasco, y que solo la negociación, el pacto de Estella/Lizarra podía acabar con
el terrorismo.
Hubo un tiempo en que se recurría al pluralismo de
las distintas asociaciones y fundaciones de víctimas del terrorismo para negar
a las víctimas de ETA significado político alguno, para negarles categoría
política y la posibilidad de incidir en la definición de las políticas
antiterroristas. Fue entonces cuando hubo que definir la verdad objetiva de las
víctimas, una verdad que no depende ni de las asociaciones de víctimas, ni de
lo que pensaban en vida las víctimas asesinadas: muchos tenían ideas
contradictorias respecto a ETA y la forma de terminar con ella.
Esa
verdad objetiva, la intención política de los verdugos, es indisponible y está
escrita a sangre y fuego, literalmente, en cada uno de los asesinados. Pero
incluso desde instancias merecedoras de todo nuestro reconocimiento como Gesto
por la Paz se
tuvo que recurrir a hablar de una condena prepolítica, exclusivamente ética y
sin derivar en crítica a ninguna ideología política para incluir a los partidos
nacionalistas en la crítica común: ¡a las víctimas asesinadas de ETA se les
arrebataba el aguijón político!
Así
se convirtió en hábito exigir la unanimidad en la condena del terrorismo,
aunque hubiera que pagar siempre el mismo precio, la negación en la práctica
del significado político de las víctimas. Tras la impuesta renuncia de ETA a
continuar con su violencia terrorista se dio a ETA por amortizada, se proclamó
el inicio de un tiempo nuevo en el que ETA pertenecía al pasado, y al parecer
también su vinculación con el nacionalismo radical. Había llegado el momento de
establecer un relato de todas las víctimas, las de la Guerra Civil , las del
franquismo, las de los abusos policiales, pues todas ellas eran iguales en el
sufrimiento. Podemos continuar con las afirmaciones actuales de que no hay que
destacar un nombre propio, pues hay que incluir a todas las víctimas. Se afirma
que no hay que recordar a las víctimas de ETA si no es incluyendo a las
víctimas de la Guerra
Civil que yacen en las cunetas. Pero ni así se alcanza la unanimidad
en la condena de toda violencia, de toda violación de los derechos humanos, del
derecho más importante se dice, el derecho a la vida.
En
esa unanimidad se paga un precio, que es el precio de la verdad. Un líder del
PNV afirmaba, tras negarse a respaldar alguna de las mociones propuestas en el
contexto del aniversario de la ejecución de Miguel Angel Blanco por ETA, que en
el llamado 'espíritu de Ermua' se mezclaba el terrorismo con el conjunto del
nacionalismo. Supongamos que se diera esa tentación. Lo que sí se dio después
es la negativa a vincular terrorismo y nacionalismo radical por parte de
quienes se habían llenado la boca diciendo que lo diferencial de ETA era el
apoyo de buena parte de la sociedad vasca, su carácter de consecuencia del conflicto
vasco.
Por
todo ello, me atrevería a recomendar algo a las asociaciones y fundaciones de
víctimas del terrorismo: rechazad la idea de la unanimidad y el consenso
necesario para arropar (palabra aborrecible) a las víctimas, exigid el derecho
al disenso, pues solo en el disenso de todas las falsas unanimidades y de todos
los falsos consensos litúrgicos y rituales en los homenajes a las víctimas se
podrá mantener la verdad política de las víctimas, que fueron asesinadas para
poder hacer realidad un proyecto nacionalista radical, revestido de socialismo.
Solo en el disenso será posible salvaguardar la verdad de que las víctimas
fueron asesinadas porque ETA y su nacionalismo radical querían una comunidad
política vasca sin libertad de conciencia, sin libertad de identidad, de
sentimiento de pertenencia y que esa sociedad debe ser ilegítima.
Habrá
que confiar en el trabajo de los historiadores universitarios, académicos y
científicos para que escriban la historia, una historia que no responda a
intereses partidistas, que no esté ideologizada de antemano. Dice Tony Judt que
cuando se universaliza el victimismo ha llegado la hora de recordar a los
verdugos, pues solo así recobraremos la memoria de las víctimas. Si no
existieron los verdugos, las víctimas ya están condenadas al olvido. Y si no
sabemos por qué mataron los verdugos, nunca se sabrá por qué hubo víctimas.
Opinión:
Solo repetir el párrafo siguiente para hacer público
mi agradecimiento porque se empiece a hablar de la pluralidad en el mundo de “las”
víctimas del terrorismo…
“Por todo ello, me atrevería a recomendar algo a las
asociaciones y fundaciones de víctimas del terrorismo: rechazad la idea de la
unanimidad y el consenso necesario para arropar (palabra aborrecible) a las
víctimas, exigid el derecho al disenso, pues solo en el disenso de todas las
falsas unanimidades y de todos los falsos consensos litúrgicos y rituales en
los homenajes a las víctimas se podrá mantener la verdad política de las
víctimas, que fueron asesinadas para poder hacer realidad un proyecto
nacionalista radical, revestido de socialismo. Solo en el disenso será posible
salvaguardar la verdad de que las víctimas fueron asesinadas porque ETA y su
nacionalismo radical querían una comunidad política vasca sin libertad de
conciencia, sin libertad de identidad, de sentimiento de pertenencia y que esa
sociedad debe ser ilegítima”…
Y añadiría solo un detalle: a ver cuando se empieza
desde la administración a contrastar quien es y por lo tanto quien no es víctima
del terrorismo, del mismo modo que debería contrastarse las historias que
algunos van por ahí contando pero que jamás han vivido ni sufrido….
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