15 julio 2017
La vida post-ETA;
entre la reparación y el inmovilismo
Edurne Portela
En los últimos días ha habido dos noticias que tienen que
ver con la vida post-ETA. Una es el acto que Julen Mendoza, alcalde de
EH-Bildu, celebró el 28 de junio en el Ayuntamiento de Errenteria en homenaje a
tres víctimas del terrorismo de ETA, asesinados en esa localidad. La otra
noticia es la petición de la
Fiscalía de la Audiencia Nacional de cincuenta años de cárcel
para las siete personas acusadas por las agresiones contra dos guardias civiles
y sus parejas en Alsasua. Una noticia nos habla de reparación, la otra de
enquistamiento y revanchismo. Empezaré por la segunda, que es la más
desagradable. He defendido en varias ocasiones que las agresiones de Alsasua no
deberían ser juzgadas como terrorismo, aunque tampoco se puede decir, como se
repite constantemente, que lo que pasó fuera una mera trifulca de bar. Entiendo
que sus familiares y abogados quieran aferrarse a esta defensa, pero cualquier
conocedor de la realidad vasca sabe que las cosas por aquí no son tan
sencillas. Esas agresiones responden a una lógica del conflicto que sigue viva,
una violencia que si bien ya no tiene el recurso a las armas, sigue estando
latente en algunos círculos de nuestra sociedad. Todavía hay gente que cree
firmemente que este pueblo (el vasco) tiene un enemigo, encarnado en sus
«fuerzas de ocupación» españolas y que, como enemigo, merece la agresión. Esa
forma de entender la realidad, dentro de las viejas dinámicas de odio y
confrontación, genera una violencia que no se debería banalizar ni hacer pasar
por un simple enfrentamiento en un bar entre personas que no se caen bien. Pero
el despropósito de la petición de la Fiscalía es tal que, si no fuera por la gravedad
de los cargos, toda esta cuestión resultaría ridícula. El problema, además del
serio peligro en el que están los procesados y el dolor que esta situación
genera a sus familias, es que es un síntoma más del inmovilismo y la actitud
vengativa y punitiva del Gobierno y de un sector del poder judicial de este
país (y me refiero a España). Este inmovilismo -también reflejado en la
negativa a entablar un diálogo sobre la dispersión, los abusos policiales o
torturas, el reconocimiento de las víctimas de los GAL como víctimas del
terrorismo...- pone serias trabas al necesario proceso de convivencia y
restauración.
En contra
del inmovilismo habló claramente Chema Herzog, entonces concejal del PP de
Errenteria, en ese gran episodio de ‘Salvados’ grabado en 2013, dos años
después del fin de la actividad terrorista de ETA. Al final del episodio,
Herzog dice lo siguiente: «La convivencia se basa en el cese del agravio,
porque el agravio lleva al rencor, y el rencor a la venganza [...]. Si queremos
convivencia, tenemos que tener clara la idea de justicia y reparación. Todas
las personas tienen que bajarse de su eterna reclamación [...] poner un límite
a su rencor porque si no, esto se perpetuará». Poco antes de llegar Évole a
Errenteria para grabar el documental se habían celebrado unas jornadas en las
que participaron víctimas tanto de ETA como de abusos policiales, de los GAL y
de otros grupos de extrema derecha, y en las que el Ayuntamiento, con Julen
Mendoza en la alcaldía, tuvo un papel fundamental. El alcalde sembró entonces
la semilla de lo que sería el homenaje en exclusiva hecho a las víctimas de ETA
la semana pasada. Ya en 2013 reconocía frente a las cámaras que la historia de
«lo que aquí ha pasado» no se podía cerrar en falso y que había que dar a las
víctimas de ETA el reconocimiento que se merecían. Évole entrevistó también a
Miguel Buen, que participó tanto en el homenaje del pasado 28 de junio como en
aquellas históricas jornadas. Fue alcalde de Errenteria por el PSE-PSOE durante
diecisiete años. Parte de la entrevista se realiza en la Casa del Pueblo, junto con
otros compañeros de partido que narran las agresiones que allí sufrieron:
veintiocho ataques contabilizados, con cócteles molotov, gasolina, una vez
incluso les entraron en la Casa
y les hicieron paseíllo para sacarlos a palos. Al alcalde de entonces, José
María Gurrutxaga, le persiguieron a golpes por el pueblo, dándole una paliza
que casi le deja muerto. Entonces, es lógico que la agresión de Alsasua a
muchos les haga recordar las prácticas fascistas de aquellos años. Por eso no
se puede obviar el contexto en el que esta se produjo ni minimizar su gravedad.
Pero tampoco se puede manipular la realidad al punto de convertir a los siete
encausados en chivos expiatorios para satisfacer quién sabe qué intereses
políticos, qué deseos de venganza, qué razón punitiva o qué ideología
enquistada en, también, la lógica de conflicto.
Paradojas
de la historia, Errenteria se ha convertido en un ejemplo en el camino hacia la
deslegitimación de la violencia, a pesar de haber sido uno de los municipios
más conflictivos de Euskadi, como demuestra el informe sobre violaciones de derechos
humanos y hechos violentos acaecidos en esta localidad guipuzcoana de 1956 a 2012, encargado por
el Ayuntamiento con la aprobación del PSE, PNV, PP, Ezker Anitza y Bildu. El
acto del 28 de junio en el que Mendoza, sin eufemismos ni rodeos, pidió perdón
por cualquier daño u ofensa hecha por él o su ayuntamiento a las víctimas de
ETA, se suma al trabajo que llevan años haciendo para restaurar la convivencia
en ese municipio.
Herzog, en
el mismo episodio, se quejaba de que a 470 kilómetros de
distancia (o sea, Madrid), están jugando a azuzarnos a unos contra otros por
intereses espurios (sus palabras). En 2017, y tras la petición de la Fiscalía en el ‘caso
Alsasua’, sus palabras cobran nueva importancia. Mientras que en Euskadi se
producen avances como el caso de Errenteria, grupos de trabajo como la Ponencia de Memoria y
Convivencia en el Parlamento vasco (con la ausencia del PP) o iniciativas de
base como las tomadas por el colectivo Eraikiz, formado por familiares de
víctimas de ETA y de violencias de diverso signo, desde el Gobierno español y
un sector del poder judicial ajustan las tuercas al máximo y hacen, de un
crimen sin duda despreciable y condenable, un caso ejemplar de
desproporcionalidad y revanchismo.
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